Patones
es un pequeño pueblo situado en norte de la provincia de Madrid, con unos 500
habitantes. Sin embargo el aislamiento que le da el entorno ha dado a este
pueblo una curiosa historia, a caballo entre la leyenda y la realidad, que
arranca en la reconquista cristiana. Patones parece tener un origen visigodo y
así vivió durante algunos siglos, hasta que las tropas musulmanas ocuparon la
península pasando por alto este pueblo, posiblemente por no encontrar el sitio.
Según parece, los vecinos que se encontraron aislados entre el dominio
musulmán, decidieron organizarse y nombraron un rey para dirigir el sitio.
Según se cree, este cargo de rey se convirtió en hereditario.
Durante
siglos el municipio se organizó de forma autónoma, hasta que culminó la
reconquista. Aunque pagaban impuestos como cualquier otra localidad, el título
se siguió manteniendo. La primera referencia que se conoce de este reino fue en
1653 cuando el rey de Patones se reunió con un cardenal para negociar la
construcción de una ermita, aunque lo que hizo realmente famoso este cargo fue
la carta que le envió uno de los monarcas (del que se desconoce el nombre) a
Felipe II, que titulaba, lleno de justificado orgullo: «Del rey de Patones al
rey de España». Del resto de los reyes sólo se tiene constancia de tres, Pedro
González, su sucesor y yerno, Juan Prieto (1693), y el último rey de Patones,
otro Juan Prieto (1737). La monarquía se disolvió en 1750 cuando se negaron a
pagar impuestos, por lo que Carlos III decidió acabar con la peculiaridad.
Sin
embargo, aún le quedaba un último episodio a este publo cuando la invasión
napoleónica volvió a pasar de largo de este pueblo al no encontrarlo en 1808,
convirtiéndolo en el único pueblo libre de invasores.
Patones
permaneció desde entonces y hasta bien entrado el siglo XX, como un pueblo
ganadero con medio centenar de casas. A mitad del siglo XIX se convierte en
municipio con término municipal propio. Después de la Guerra Civil y
coincidiendo con la construcción de la carretera que llega al pueblo, los
vecinos poco a poco van emigrando a la zona del valle del Jarama, donde el
fértil terreno permitía vivir mejor que en el estéril barranco del pueblo
original, formando de esta manera Patones de Abajo y abandonando las casas y
edificios públicos durante los siguientes años.
Es
en los años setenta, ya prácticamente vacío el pueblo, cuando el lugar empieza
a ser visitado, quedando la gete prendada de la belleza del lugar. Desde
entonces, se sucede la construcción de segundas residencias y establecimientos
turísticos. Se rehabilitan edificios públicos y se emprenden obras de
saneamiento y otras infraestructuras básicas, transformando un pueblo fantasma
en un impresionante museo de arquitectura rural, del que se puede disfrutar no
solo mediante su contemplación, sino utilizando los alojamientos y restaurantes
instalados en algunos de sus edificios.

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