En
el año 9 d.c., Roma estaba en la cima de su gloria. Las conquistas militares
habían consolidado sus fronteras. Bajo el gobierno de Augusto, la Pax Romana
hacía vivir un momento dulce al Imperio. En Hispania se había logrado la paz
tras el fin de las Guerras Cántabras, en el Mediterráneo, la armada romana
patrullaba en un lago romano tras el triunfo de Augusto en la guerra civil
contra Marco Aurelio con la conquista de Egipto, y en Europa, se había puesto
fin a las incursiones germanas contra el territorio de la Galia tras las
conquistas de Germania de Tiberio y Druso. Augusto estaba convirtiendo a Roma
en una ciudad de mármol, los tesoros inundaban las arcas romanas.
Ese
año 9 d.c., fue enviado como gobernador de la nueva provincia de Germania
Magna, Publio Quintilio Varo, con la misión de consolidar el dominio romano de
la zona, establecer el sistema impositivo romano e iniciar la romanización del
territorio. Pero, ¿quién era Publio Quintilio Varo?.
Varo
no era un brillante general, sin embargo, se puso al lado de Augusto durante la
guerra civil romana, y eso le permitió acceder a puestos importantes como el
consulado del año 13 a.c., obteniendo después el gobierno de África como
procónsul y el de Siria como propretor. Allí, en Siria tuvo que sofocar un
levantamiento judío, logrando una gran fortuna personal. De hecho, parece que
le atraía mucho el dinero, lo que demostró en su gobierno en Germania.
Llegó
allí, a Germania en el año 9 d.c. como gobernador y desde el principio imprimió
un cariz muy duro. Su fortuna fue creciendo gracias a la eficaz política de
recaudación de impuestos, con crucifixiones incluidas. Desde luego, la imagen
que el dominio de Roma, a través de la imagen de su gobernador, Varo, era cada
vez mas negativa, un caldo de cultivo ideal para la rebelión que lideró
Arminio. Pero, ¿quién era Arminio?.
Arminio
era miembro de la tribu querusta, hijo de su feje, Segimer, y nació en el año
16 a.c. Separado de su familia siendo un niño y trasladado a Roma para ser
educado como un noble romano (política seguida por Roma con los hijos de los
líderes bárbaros durante siglos para facilitar su romanización), llegó a ser un
brillante comandante del ejército romano, liderando una unidad de caballería
con 20 años, durante las guerras panionias en la península balcánica.
Su
buena imagen en Roma hizo que fuera enviado de vuelta a Germania para ayudar a
Varo, pensando que los germanos aceptarían mejor el gobierno romano si un
príncipe germano participaba en el. Lo cierto es que cuando Arminio llegó a
Germania lo haría como un orgulloso ciudadano romano decidido a facilitar la
romanización de su tierra natal. Pero algo pasó cuando Arminio llegó a su casa.
Es
posible que su padre Segimer, no estuviese muy orgulloso de ver el perfecto
romano en que se había convertido su hijo, o es posible que se horrorizara al
ver los abusos, torturas, violaciones y las cientos de crucifixiones de gente
que era de su antiguo pueblo y de pueblos vecinos por no poder pagar los
fuertes impuestos que había establecido Varo. En la mente de Arminio, nació la
idea de rechazo a su identidad romana.
Otro
hecho importante tuvo lugar al llegar Arminio a su pueblo natal. En ese momento
conoció al amor de su vida, Thusnelda, hija de uno de los lideres germanos bajo
el dominio de Roma, Segestes, que odiaría a Arminio de por vida al no aprobar
esta relación pues tenía el matrimonio de su hija acordado con otro líder
germano. A pesar de esto Arminio se escapó con Thusnelda y se casó con ella a
escondidas. Este hecho estuvo a punto de hacer fracasar la rebelión.
Arminio
conocía perfectamente tanto las tácticas romanas como el inmenso poder de las
legiones romanas y su capacidad de combate, así como un hecho que se repetía
sucesivamente en la historia de Roma, que era su constancia. Roma había perdido
numerosas batallas en su historia, pero nunca una guerra. Por eso, Arminio
sabía que para triunfar la rebelión, debía obtener un triunfo completo y
decisivo en una sola batalla y confiar en que convenciera a Augusto de no
volver a enviar tropas a esas tierras. La estrategia debía prepararse bien.
Nada de confrontaciones en campo abierto, evitando de esta manera enfrentarse
al orden táctico superior de la legión, y llevar a los romanos al interior del
frondoso y pantanoso bosque de Teutoburgo para entorpecer las maniobras de la
caballería y la infantería.
Es
en este momento, cuando la historia de amor de Arminio estuvo a punto de hacer
fracasar la rebelión, cuando Segestes, padre la esposa de Arminio, se presentó
ante Varo para advertirle de que Arminio le traicionaría encabezando una gran
rebelión y preparando una emboscada.
“Solo
hay una forma de cortar el problema -le dijo el rencoroso suegro a Varo-,
detener a todos los jefes germanos que acompañan a Arminio, incluso a mí, y
luego someted a tormento a tus prisioneros para que confiesen su plan”
Pero
Varo conocía la historia de suegro y yerno y no creyó la historia de Segestes,
y no solo se rió de él, sino que le acusó de estar calumniando a uno de sus
hombres de confianza. La rebelión estaba a salvo.
Ahora
sólo faltaba decidir cuando sería el ataque. Se decidió que fuera en el momento
en que las legiones se trasladaran a sus cuarteles de invierno al otro lado del
Rin, en la Galia, dejando sus seguros cuarteles en Germania, y teniendo que
viajar junto a las legiones el personal civil, comerciantes, prostitutas,
familia de los legionarios, etc, en una formación muy alargada y difícil de
defender, sobre todo al entrar en los frondosos bosques alemanes..
Empieza
el camino
Varo
inició la marcha con sus 3 legiones, la XVII, XVIII, XIX, seis cohortes
auxiliares, tres alas de caballería germana, y todo el personal civil. En
total, más de 22.000 personas. Durante la marcha, los legionarios, llevaban su
escudo colgado de la espalda, protegido por una funda de cuero ya que era de
madera y si llovía se deformaba la madera. Un palo en forma de T que pasaban
por encima del hombro y donde llevaban el equipo estándar de cada legionario,
una herramienta de construcción, una escudilla, la cantimplora con forro de
plata, dos pilums, dos picas de defensa del foso y una pequeña bolsa con sus
pertenencias personales.
La
columna legionaria dependía de su caballería, para detectar cualquier amenaza,
que se adelantaba varios kms al frente y en los laterales de las legiones, con
el fin de reconocer el terreno y averiguar si un ejército estaba escondido, y
poder avisar a la legión. Sin embargo, esta vez, la caballería auxiliar que
debía realizar esta función de aviso, estaba compuesta por germanos a las
órdenes de Arminio que se sumarían a la brutal emboscada.
La
emboscada
El
día se levantó complicado. Unas nubes negras cubrían el cielo y amenazaban una
gran tormenta. Guiados por los exploradores bárbaros, la columna se puso en
marcha. En un punto de la marcha Arminio solicitó permiso a Varo para explorar
junto a su caballería germana el terreno por delante, para prevenir cualquier
contraste y para traer a los aliados por una zona supuestamente segura. Pero al
llegar a los puestos romanos avanzados, los atacó ayudados por sus uniformes
romanos que harían que los desprevenidos romanos pensaran que eran amigos y los
asesinó. Quemó los poblados y torres de vigilancia y regresó con Varo, dando la
noticia de que se estaba produciendo una revuelta que debía ser sofocada antes
de que fuera a más.
Éste
le hizo caso y desvió el rumbo de la marcha para sofocar la rebelión. Una vez
que los romanos se dirigían a la zona de la emboscada, los germanos abandonaron
la formación y se unieron a los rebeldes agazapados. La trampa había sido
cuidadosamente preparada incluso cortando los árboles situados en el camino que
deberían atravesar los romanos, de tal forma que éstos se quedaran de pie pero
fueran fácilmente empujados sobre los romanos al pasar éstos.
La
columna romana se había ido estrechando hasta formar una fila de varios
kilómetros, de manera peligrosa lo que hacía muy fácil atacar en un punto y
romper su formación. La ruta que Arminio preparó, llevaba a las legiones a un
punto de las montañas del Teutoburgo, que está densísimamente arbolado. En ese
punto en concreto, (Kalkriese) la ruta tenía que pasar por un cuello de botella
con una abrupta montaña por un lado y un infranqueable río de pantanosas
orillas por el otro.
Primer
día
Entonces
empezó el infierno. La tormenta que se había desatado convertía en terreno en
un barrizal y en un momento, surgió un inmenso rugido desde dentro del bosque.
Eran los germanos que lanzaron los troncos preparados contra los romanos, a lo
que siguió una nube de dardos y jabalinas que Arminio había diseñado para que
atravesaran los escudos romanos. Los romanos tras la sorpresa, reaccionaron y
empezaron a lanzar sus armas contra los germanos, hasta que, tras un grito de
guerra, los germanos se lanzaron contra los romanos en la lucha cuerpo a
cuerpo.
La
caballería germana al mando de Arminio se lanza una y otra vez contra las
legiones que debe de frenar las acometidas sin poder perseguirles luego. Así
pasa el día mientras los romanos tratan de salir a un lugar abierto para
reagruparse, viendo como sus bajas no paran de crecer. Los escudos, empapados
de agua, resultaban casi imposibles de mantener altos, por lo que la única
defensa la proporcionaban las lórigas (las armaduras que cubrían pecho y
espalda). La caravana era demasiado larga para defenderla, las pesadas lanzas
romanas no alcanzaban a los germanos. Toda una retahíla de esfuerzos y
frustraciones. Sin embargo, la formidable formación militar y su experiencia en
mil combates (algunos legionarios llevaban 20 años de servicio), jugaba a favor
de los romanos, que intentaban organizar una defensa mientras seguían su pesada
marcha.
Mientras
proseguía el ataque, la vanguardia romana logró acotar el terreno para su
fortificación y mientras iban llegando el resto de unidades, se iniciar las
tareas de fortificación cavando el foso, levantando el muro, clavando las
estacas para las empalizadas, montando las tiendas, etc. una vez organizada la
defensa, los extenuados romanos pudieron rechazar el ataque, ensangrentados y
sin saber muy bien que había pasado. Los oficiales le comunicaron a Varo que
Arminio les había traicionado. Varo no se lo podía creer.
Los
legionarios se prepararon para pasar la noche encerrados en su campamento,
rodeados de enemigos, sobre un barrizal. Al contar las bajas del primer día,
comprobaron que habían perdido 14 cohortes.
Segundo
día
A
la mañana siguiente Varo cambió por completo el orden de marcha para ir más
agrupados y darse cobertura mutua. Los legionarios quemaron y dejaron todo lo
que les ralentizara y cubrieron hasta los cencerros con vegetación para no
hacer ruido y no ser descubiertos. Incluso dejaron atrás a los heridos y los
civiles, incluidas las familias de los soldados, sus mujeres y sus hijos.
Previsiblemente, los bárbaros se detendrían al pillaje y masacraran a todos. La
decisión no debió ser fácil. Quizás pensaran que su destino no era mejor, pero
era la única posibilidad de salir de esa ratonera. La estrategia tampoco sirvió
de mucho porque los romanos fueron descubiertos y nuevamente atacados durante
todo el día.
La
prioridad de Varo y sus centuriones era entonces encontrar un terreno donde desplegar
a los manípulos de manera correcta y proseguir la marcha. Sin embargo se logró
un avance muy pobre. Rodeados por todas partes y sometidos a un ataque
incesante, los romanos tuvieron que repetir por segunda vez la pesadilla
insomne de la noche anterior.
Tercer
día
El
siguiente día avanzaron en un orden un poco mejor, llegando a alcanzar campo
abierto no sin sufrir numerosísimas pérdidas. Pero de nuevo tuvieron que
internarse en el bosque cerrado. Desde que tuvieron que formar sus líneas en
espacios estrechos, en un orden en el que la caballería y la infantería juntas
intentaban detener al enemigo, chocaban frecuentemente unos contra otros y
contra los árboles.
Pero
lo peor estaba por llegar. Arminio estaba empujando a los romanos hacia la zona
de Karkriesse, un cuello de botella que tenía por un lado la colina y por el
otro una zona pantanosa. Había construido en el borde de la colina una línea de
fortificaciones al más puro estilo romano, con fosos, muros y empalizadas,
dejando huecos para permitir a la infantería germana salir, atacar y volver a
cubierto. Y las legiones tenían que atravesar por ese sitio, donde él esperaba
acabar con los restos del ejército.
En
ese angosto paso el ataque debió ser terrible y los romanos perdieron del todo
la formación. La mayoría se dejaron matar porque debían estar sin aliento y
sobre todo sin esperanza. Aún así, y como muestra de su formidable preparación,
los legionarios volvieron a organizar una defensa y prepararon una
fortificación para defenderse de los ataques y preparar una contraofensiva que
rompiera el cerco.
Esa
noche entre los gritos habituales de los atormentados entre los que no faltaron
los desgarradores alaridos de los quemados vivos, (castigo usado habitualmente
por los germanos contra sus prisioneros) los romanos debieron llegar a la
convicción de que si al día siguiente no se abrían paso, ni uno sólo de ellos
saldría vivo de ese de ese enloquecedor y lúgubre bosque.
Sin
embargo los legionarios ya habían llegado al límite de sus fuerzas; después de
3 agotadores días de combate llenos de sangre, terror y muerte, y tres noches
de no haber dormido, la desesperación se apoderó definitivamente de estas
tropas. En el stress de la batalla se dieron cuenta por la incesante llegada de
enemigos, que esta vez luchaban contra toda la nación sublevada. Los germanos
muy probablemente habrían enviado a las tribus indecisas toda clase de trofeos
y miembros mutilados, instándolos a que se unan a la aniquilación de sus
rivales por lo que cada vez eras más numerosos.
El
comandante de la caballería Vala Numonio entró en pánico, y abandonó el campo
de batalla con algunos hombres, excusándose en ir a buscar ayuda, sin embargo
fueron alcanzados, acorralados, y destrozados. Paterculo cuenta en Historia
romana:
“Vala
Numonio dio un grave ejemplo de cobardía al abandonar a la infantería y huir
tratando de alcanzar el Rhin con sus escuadrones de caballería. Sin embargo la
fortuna vengó este acto, porque no sobrevivió a aquellos a quienes había
abandonado, muriendo en pleno acto de deserción”.
Cuarto
día
Una
lluvia constante y feroz, acompañada de lo que parecen ser una racha de vientos
casi huracanados se abatieron sobre el ensangrentado campo de batalla. La hora
decisiva había llegado.
Varo
y sus soldados decidieron realizar un último ataque desesperado que rompiera el
cerco bárbaro o morirían allí mismo. Muchos soldados antes del asalto
decidieron enterrar su salario y otros bienes, en lugares donde después
pudieran recuperarlos. Los recuperarían los arqueólogos casi dos mil años
después.
Esto
prueba que muchos de los romanos ya estaban en el límite de su resistencia, y
por primera vez en muchos años, dudaban poder sobrevivir. Se pusieron en marcha
en medio de la lluvia con las pocas armas arrojadizas que les quedaban,
avanzando lentamente en medio del terreno mojado y con las corazas y armas
defensivas empapadas y pesando mucho más que lo normal, debido a que muchas de
ellas se fabricaban en cuero forrado de algodón.
Al
llegar a la colina de Kalkriese las legiones optaron por subir la colina,
porque los bárbaros habían derribado gran cantidad de árboles y habían
construido una empalizada llena de obstáculos en el camino, que seguramente
dividiría más la formación.
Desde
la cima comenzaron a caer rocas y jabalinas, pero los romanos avanzaban
desesperados, muriendo en el intento. Aún así, lograban avanzar y quizás por la
fuerza que da el saber que luchas por tu vida, fueron forzando algunas
posiciones germanas. Arminio rápidamente reunió todos los hombres disponibles y
los envió a reforzar las sucesivas posiciones germanas que comenzaron a ceder
pero no se quebraban y devolvían golpe por golpe. Entre los rugidos de guerra
romanos, los pedidos de clemencia romanos desgarradores, los alaridos de dolor,
las vociferantes embestidas de gigantes bárbaros rubios con el rostro pintado
de rojo que repartían hachazos y tajos de espada, en medio de ese espanto, los
ejércitos encontraron un punto donde nadie quería retroceder, porque sabían que
el derrotado no sobreviviría.
Las
legiones ya totalmente agotadas, diezmadas y acometidas sin pausa, perecían de
pie en un gran charco de sangre que se retorcía adolorido y aullante. Los
lideres germanos se dieron cuenta que todo el ejército imperial se tambaleaba y
lanzaron un contraataque demoledor. Las águilas de los legiones XVIII y XIX, el
símbolo mismo del poder militar del pueblo romano, los estandartes de su
ejército, fueron capturados después de dar una muerte brutal a los portadores.
El águila de la legión XVII desapareció de la historia, algunos dicen que fue
también capturada, otros que su portador en el colmo de la pena y el orgullo se
arrojó a uno de los pantanos para hundirse con esta.
El
fin había llegado. Pero antes de dejarse atrapar y ser asesinados por los
bárbaros, muchos romanos prefirieron suicidarse con sus propias espadas, como
correspondía a un soldado romano, una muerte con honor, morir junto a sus
compañeros.
Ese
fue el caso de Varo, que apoyo su espada en el suelo y se dejó caer contra
ella. Algunos soldados, en la desesperación, intentaron huir, pero su suerte no
fue mejor.
Mientras
en la ladera se producía este horror, en el llano, el centurión Ceionius por su
parte, esperaba con sus heridos y guardias dentro de la fortificación el
desarrollo del combate. Totalmente superado por el furioso ataque germano, y
con muchas brechas por las que entraba el enemigo, decidió finalmente rendirse
para evitar el degollamiento de los legionarios a su mando.
Pero
la rendición no fue aceptada y los romanos fueron masacrados de manera atroz.
Algunos sobrevivientes, fueron quemados vivos ofrecidos a los dioses en altares
de victoria; a otros los crucificaron, y no faltaron las extracciones de ojos.
Caldo Celio se hizo pedazos el cráneo con las mismas cadenas con las que había
sido maniatado después de ver el impresionante suplicio de sus compañeros,
otros fueron mutilados o decapitados y sus cabezas sirvieron de trofeos.
Pero
no todos los soldados romanos fueron ejecutados. Algunas horas después la
masacre paró. Los germanos necesitaban también llevar a sus poblados algunos
esclavos como muestra de la victoria, aunque también jugaría su papel el
agotamiento tras tantos días de batalla, y la borrachera que cogerían en la
celebración.
Los
datos de la batalla se conocieron gracias al testimonio de un grupo de 120
supervivientes romanos que, dirigidos por el joven oficial Casio Querea,
lograron escapar una de las noches, refugiándose en una fortaleza a la orilla
del Rin hasta que fueron rescatados por las tropas de socorro mandadas por
Tiberio.
Consecuencias
de la derrota
Las
consecuencias fueron varias y a varios niveles. La primera es la consecuencia
militar. En aquel bosque se perdieron 3 legiones completas. De hecho, el shock
fue tal que en la historia de Roma, ninguna legión volvió a tener los números
XVII, XVIII y XIX. Augusto se vio obligado a enviar a Tiberio al mando de
nuevas legiones para consolidar las posiciones en el Rin, por el temor que se
difundió a que los germanos se lanzaran sobre la Galia. Este ataque nunca se
produjo.
Además,
se pudo conservar un saliente de tierra que unía los ríos Rin y Danubio llamado
los “Campos Decumanes”. Pero se debió fortalecer esa frontera mediante un sistema
de empalizadas y torres de vigilancia, alternados con campamentos legionarios.
En esta frontera del Imperio siempre hubo una fuerte presencia militar, que
llegó a tener un gran peso en las decisiones políticas que se tomaban en Roma.
Allí,
en Roma, la noticia desesperó a Augusto. Pareció incluso volverse loco. Desde
entonces cada año en el aniversario de la derrota, dejaba de afeitarse y
recorría los pasillos como en trance. El historiador Seutonio describe que: “a
menudo se golpeaba la cabeza contra la puerta y gritaba:“Quintili Vare,
legiones redde! (Quintilio Varo, devuélveme mis legiones)”.
Una
vez consolidada la frontera, llegó la hora de la venganza. El nuevo emperador,
Tiberio, envió a su sobrino Julio Cesar Germánico (llamado así por su brillante
campaña militar en Germania) al mando de 8 legiones (unos 50.000 hombres). Su
misión no era de conquista, sino de castigo. Y de honor. Recuperar las águilas
de las legiones perdidas, encontrar el lugar de la batalla y enterrar a los
muertos y volver a Roma.
La
campaña fue un éxito. Mezclando victorias militares y diplomacia recuperó las
águilas de 2 de las legiones.
También
llegó al lugar de la batalla. Ese momento debió ser horrible para los romanos.
Tácito lo describe en sus anales:
“No
lejos estaba el bosque donde se decía que los restos de Varo y de sus legiones
quedaron sin sepultura. A Germánico le vino el deseo de tributar los últimos
honores a Varo y a sus soldados. Esta misma conmiseración se extendió a todo el
ejército de Germánico, pensando en sus parientes y amigos, en los azares de la
guerra y en el destino de los hombres… En medio del campo blanqueaban los
huesos, separados o amontonados, según los que habían huido o hecho frente.
Junto a ellos yacían restos de armas y miembros de caballos y cabezas humanas
estaban clavadas en troncos de árboles. En los bosques cercanos había bárbaros
altares, junto a los cuales habían sacrificadod a los tribunos y a los primeros
centuriones.”
Al
menos, los romanos pudieron vengar a sus compañeros cuando derrotaron a Arminio
y su ejército de bárbaros en la batalla de Idistaviso, aplastando su
levantamiento.
Para
los germanos, la historia es otra. Lograron expulsaron definitivamente a los
romanos de Germania. De hecho nunca se volvió a plantear una operación de
conquista allí. Y Arminio fue considerado el héroe nacional alemán por lo que
en el año 1838 se erigió una estatua en su nombre, El Hermannsdenkmal, situada
al sur del bosque de Teotoburgo, precisamente en el lugar donde la coalicición
germana logró aplastar a las legiones romanas.
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