Aunque el tratado de Zaragoza de 1529 dejó a Portugal
la explotación de las islas Molucas, la corona española no dejó de intentar
asentarse en la región. El principal interés se centró en las Filipinas, por su
situación privilegiada entre el océano Pacífico, el mar de China y el de las
Célebes, lo que era un punto ideal respecto a los mercados asiáticos y sus
rutas de comercio. Sin embargo, los planes de colonización se veían
obstaculizados por la ausencia de una ruta que permitiera establecer una ruta
que abasteciera a la futura colonia con regularidad desde la colonia de Nueva España
y asegurara su permanencia. Tras la desgraciada expedición de Ruy López de
Villalobos (1542-1545), con dos intentos fracasados de tornaviaje, la Corona
decidió abandonar la empresa. Su amarga experiencia quedó plasmada en este
fragmento de una carta enviada por él al virrey:
…ninguna tierra de cuantas hemos visto, cumplía a su
señoría poblallas ni hacer más gastos por estas partes; y ansi mi parescer mas
determinado, […], era que no gastase mas tiempo y hacienda, si no fuese para
inviar por nosotros, porque no le convenía ninguna cosa destas partes …
Lo cierto es que la conquista de Filipinas no volvió a
plantearse hasta unos años después de la coronación de Felipe II. El proyecto
surgió del virrey de Nueva España Luis de Velasco, quien aseguró al rey que
tenía al hombre adecuado para esa misión: el fraile agustino Andrés de Urdaneta
(1508-1568), antiguo navegante y veterano de las guerras del Maluco.
Posiblemente era quien mejor conocía mejor esos mares. A los 17 años, Urdaneta
había embarcado en una de las naves de la expedición de frey García Jofre de
Loaísa (1525-1527) con destino a las Molucas. Allí participó en las luchas con
los portugueses por el dominio de esas islas y no regresó a la Península hasta
1536. Cuando en 1559 recibió la propuesta del monarca, Urdaneta se había
retirado del mundo en el convento de San Agustín de México. Aunque quienes le
conocían le habían oído afirmar en mas de una ocasión que “el haría volver no
una nave sino una carreta”. No obstante, como experto cosmógrafo, el religioso
sabía que el archipiélago filipino caía dentro de la línea de demarcación de
Portugal, y así se lo indicó a Felipe II. En su opinión era mejor establecer la
futura colonia en Nueva Guinea, cuya costa norte hacía sido explorada por Iñigo
Ortiz de Retes en 1545.
La muerte del virrey retrasó los preparativos del
viaje hasta 1564, y Urdaneta fue el encargado de supervisarlos, si bien el
mando de la expedición recayó en manos del vasco Miguel López de Legazpi, que
había tenido diversos cargos en la administración colonial. Las 4 naves, con
una dotación de 380 hombres, zarparon el 21 de noviembre del puerto mexicano de
la Navidad. Sin embargo, para evitar las reticencias de Urdaneta y de otros
miembros de la tripulación, el destino final de la flota no se supo hasta que
días más tarde se abrió el sobre lacrado con las instrucciones. En ellas se especificaba
un doble objetivo: tomar posesión de Filipinas y hallar la ruta de retorno.
El viaje de ida se desarrolló sin más incidentes que
la pérdida de uno de los barcos el 29 de noviembre. Posteriormente se sabría
que, tras 8 meses de navegación, la nave logró alcanzar la costa mexicana. Las
otras 3 naves siguieron su viaje hacia el oeste hasta recalar, el 22 de enero,
en la isla de Guam, en el archipiélago de las Marianas. Algunos pilotos creían
hallarse ya en Filipinas, pero el fraile, que conocía bien aquellas islas y
pudo entenderse con los nativos en la lengua chamorra, sabía que se trataba de
una de las islas a las que Magallanes denominó de los Ladrones. El apelativo
quedó probado de nuevo, puesto que durante los 11 días que duró la estancia los
indígenas les arrancaron los clavos de los costados de las naves y les
sustrajeron cuantos objetos de hierro pudieron llevarse.
A mediados de febrero la expedición se halla a las
puertas de su objetivo: Filipinas, un archipiélago formado de numerosos
archipiélagos y más de 7.000 islas. Al principio, pareció repetirse la misma
situación que había padecido Villalobos y sus hombres, un penoso deambular de
isla en isla sin conseguir que los indígenas les vendieran comida, mostrándose
siempre recelosos y huidizos ante su llegada. En abril, Legazpi decidió
dirigirse hacia Cebú, donde tuvo que valerse de la fuerza para fundar el primer
asentamiento español, la villa de San Miguel, que se convirtió en Cuartel
General de Legazpi y su tropa durante 5 años. En esa época se construyó un fuerte
defensivo de planta triangular y se levantaron casas de caña de nipa, además de
un templo de madera dedicado al Santo Niño.
Como estaba previsto, poco después de llegar a Cebú,
Legazpi dispuso que su nieto Felipe de Salcedo y Andrés de Urdaneta zarparan en
la nave capitana San Pedro e intentaran hallar el derrotero para regresar a
Nueva España. La continuidad del asentamiento dependía del éxito de aquella
navegación. El barco largó velas el 1 de junio de 1565 y navegó varias semanas
por el complejo entramado de las islas hasta salir al Océano Pacífico por el
estrecho de San Bernardino. Llegados a este punto se trataba de evitar la zona
de los alisios, de modo que el agustino ordenó poner rumbo al nordeste y dio un
largo rodeo hasta alcanzar la latitud de Japón y encontrar la corriente de Kuro
Shio, que los empujó hacia la costa de California.
A los 130 días de abandonar Cebú, durante los cuales
la tripulación sufrió lo indecible a causa del hambre, la sed y el escorbuto,
el San Pedro atracaba en Acapulco. Uno de los pilotos escribió:
…cuando amaneció a primero de octubre, amanecimos
sobre el puerto de Navidad, e a esta hora miré mi carta e vide que habíamos
andado 1.892 leguas desde el puerto de Cebú […] me fui al capitán e le dixe que
a donde mandaba que llevase el navío, e me mandó que lo llevara al puerto de
Acapulco e obedecí su mando aunque en la nave no había mas de 18 hombres que
pudieran trabajar porque los demás estaban enfermos e otros 16 se nos murieron…
Tal como había asegurado, Urdaneta halló la anhelada
vía del tornaviaje que aseguró las comunicaciones con la incipiente colonia. En
cuanto al puerto de Acapulco, por entonces no era más que una modesta rada,
pero sus excepcionales cualidades portuarias (de profundidad, amplitud y
abrigo), lo convirtieron en el centro del tráfico entre Filipinas y México.
Poco después de la conquista de Manila empezó a funcionar con regularidad una
de las rutas comerciales más célebres y perdurables del planeta, la del galeón
de Manila, que con ligeras variaciones se mantuvo en vigor por 200 años. Por
ella llegaban al virreinato, y posteriormente a España, las preciosas
mercancías orientales, sedas, marfiles, porcelanas y espacias procedentes del
mercado asiático.
Los refuerzos, víveres y armas que Legazpi había
solicitado empezaron a llegar a Cebú a partir de 1566, pero la autorización
para proseguir con la conquista se hizo esperar un tiempo. Mientras tanto, en
septiembre de 1568, se presentó en el puerto una potente flota portuguesa cuyo
jefe intentó convencer a los españoles que abandonaran las islas. Con toda
razón argumentaban que éstas se hallaban dentro del territorio que el tratado
de Tordesillas y los acuerdos de Zaragoza asignaban a Portugal. Por su parte,
Legazpi, que no estaba seguro de su posición, trató de ganar tiempo y al final
su estrategia dio resultado. Tras dos meses de asedio e intercambio de misivas,
el portugués acabó cansándose y regresó con su armada a las Molucas.
Resuelto el problema, Legazpi y el grueso de su tropa
se establecieron en la vecina isla de Panay, donde el clima era más benigno y
había mejor disponibilidad de alimentos. Desde allí, siguieron su expansión
hacia el norte, primero a Mindoro y luego a Luzón, la mayor isla del
archipiélago. El objetivo era Mayniland, un poblado musulmán fundado en el
siglo anterior por miembros de la nobleza de Borneo, que por entonces ya
contaba con un pequeño y próspero puerto comercial estratégicamente situado en
una de las mas hermosas bahías del planeta. Manila, fundada en 1571, estaba
llamada a ser la más exótica de todas las ciudades hispanas y el punto de
encuentro entre Oriente y Occidente.

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