Los jesuitas llevaban varios años ejerciendo su labor
misional en la Baja California, Sonora y la Pimería Alta, territorio de los
indios pima, cuando fueron expulsados de los dominios de la Corona española en
1767. Las misiones se encontraban cerca de los presidios militares que
configuraban los límites fronterizos del virreinato para, en caso necesario,
recibir ayuda y protección. A principios de 1768, los trece frailes
franciscanos que debían sustituir a los jesuitas salían del colegio de Santa
Cruz de Querétaro hacia sus destinos respectivos. Tras una accidentada travesía
entre San Blas y Guaymas que duró cuatro meses, Francisco Garcés se dirigió a
San Miguel de Horcasitas para presentar sus credenciales. En el mes de junio
llegaba por fin a la remota misión de San Xavier de Bac, en la actual Arizona.
Tras su llegada, el misionero inició enseguida sus
viajes y su labor evangelizadora. En agosto se dirigió al oeste, a la región de
la tribu amerindia de de los papago, y llegó hasta el río Gila. En 1770 regresó
a Gila, donde entre los pima se había declarado una epidemia de sarampión, y
luego siguió río abajo hasta el territorio de los indios ópata. Según el
fraile, éstos tenían un carácter amistoso y eran curiosos. Sus tierras eran
fértiles y cultivaban algodón, calabazas, sandías, maíz e incluso trigo. Las
mujeres vestían unas faldas consistentes en una varilla que les rodeaba el
cuerpo y de la que colgaban tiras hechas con corteza de sauce. El año
siguiente, Garcés emprendió otro viaje que le llevó a Yuma, en la unión de los
ríos Gila y Colorado, y siguió camino rumbo al oeste hasta llegar a la
desembocadura del Colorado. Al final de su diario explica:
… Poco a poco comiendo pitahallas regaladísimas,
llegué a Caborca ceñido con el pañuelo de narices, pues habiéndose acabado la
reata, hube de valerme del cordón, y éste como viejo también se acabó: quando
salí al viage estaba malo y se me hinchaban las piernas, y pensaba en salir a
curarme y ahora estoy hasta la presente, gracias a Dios, sin novedad chica ni
grande […]…
Garcés regresó a San Xavier de Bac convencido de que
era posible encontrar una ruta terrestre que uniera Sonora y las Californias.
Al mando del cercano presidio de Tubac estaba el capitán de dragones Juan Bautista
de Anza, quien propuso el proyecto expedicionario al virrey Bucareli y fue el
encargado de llevarlo a cabo. El 8 de enero de 1774 salía de Tubac una caravana
de 34 personas, entre ellos 20 soldados de cuera de presidio, con 35 arreos de
mulas, 65 reses y 140 bestias de carga y montura. Los expedicionarios llegaron
a Yuma, donde les recibió el cacique indio Salvador Palma. Con ayuda de los
puma cruzaron el río Colorado y siguieron su curso al sur para dirigirse
después al oeste. Atravesado el desierto de Anza-Borrego, se encontraron con
las montañas de la costa y tuvo que desviarse hacia el norte para hallar un
paso y poder llegar a la misió de San Gabriel, cerca de la actual Los Ángeles,
el 22 de marzo. Allí fue imposible proveerse de víveres y cabalgaduras, por lo
que De Anza envió a Garcés con el grueso de su gente de vuelta a Yuma y siguió
hacia Monterrey. La ansiada ruta a California estaba abierta.
Un año más tarde, De Anza estaba al mando de una
segunda expedición, de mayor alcance que la primera, cuyo objetivo era conducir
a un grupo de colonos para asentarlos en la península de San Francisco. Dicho
grupo estaba formado por 240 personas, entre hombres, mujeres y niños, y cerca
del millar de animales. Los frailes Garcés y Tomás Eixart les acompañaron en
las primeras etapas, y el padre Pedro Font estuvo al cargo de llevar el diario
y elaborar los mapas.
A nueve días de camino desde Tubac, la expedición se
detuvo para descansar, y algunos de desviaron para visitar las ruinas de la
Casa Grande. Garcés intuyó con acierto que los restos de cerámica que podían
verse estaban relacionados con la cultura hopi o moki, pueblo amerindio que en
aquella época habitaba más al norte.
Cuando la columna llegó al Colorado, De Anza acampó en
la costa californiana del río, a poca distancia del pueblo donde vivía Salvador
Palma. El cacique expresó sus deseos de que los misioneros se establecieran en
la zona y acepó gustoso sus regalos, que consistían en una casaca con la parte
delantera amarilla, una capa azul adornada con galores dorados, un gorro negro
bordado con piedras falsas y un escudo. Garcés y Eixart se quedaron en Yuma, y
el resto retomó la marcha siguiendo más o menos la misma ruta que el año
anterior, si bien De Anza tomó la precaución de formar 3 grupos para internarse
en el desierto. A principios de enero los expedicionarios se encontraban ya en
la misión de San Gabriel, y en marzo alcanzaban la misión del Carmelo, en
Monterrey. Días después, siguiendo las órdenes del virrey, los viajeros
siguieron camino hacia la bahía de San Francisco. Al llegar a su destino, De
Anza eligió un lugar llamado el Cantil Blanco para ubicar el presidio, y un
buen sitio, cerca de un arroyo que llamaron de los Dolores, pa construir la
misión de San Francisco de Asís.
El padre Garcés permaneció un tiempo en Yuma y luego
emprendió por su cuenta un recorrido de más de 3.500 km que le permitió
explorar amplios territorios del Bajo y Alto Colorado. Aparte de predicar el
evangelio a los indígenas, su misión era buscar caminos alternativos e informar
sobre las distintas naciones indias y su disposición a convertirse en súbditas
de la Corona. El fraile solía viajar acompañado de unos cuantos indios amigos
que actuaban como intérpretes. Cuando esto fallaba, también recurría a las
señas y al uso de estímulos visuales, como el Cristo de su crucifijo, o un
lienzo pintado por ambos lados, en uno de los cuales había una representación
de la Virgen con el Niño, y en el otro, un condenado sufriendo las llamas del
infierno.
El diario de este viaje contiene interesantes
reflexiones antropológicas sobre las diferentes tribus y numerosos informes
acerca de las relaciones de amistad o de rivalidad existentes entre ellas. Se
indican además los lugares más adecuados para fundar nuevas misiones y
presidios, y los mejores caminos para comunicar las provincias de Sonora y
Nuevo México con California.
En su relato, Garcés parece poco preocupado por
describir el paisaje, y hace escasa referencia a la fauna y la flora de la
región. Sin embargo indica con gran precisión los rumbos que seguía (llevaba
consigo un cuadrante y un compás), las millas que recorría diariamente y la
localización de los distintos lugares, a los que denominaba según el santo del
día, como era costumbre, o con alguna característica que los identificara.
Al final del viaje el misionero intentó penetrar en
territorio hopi, y llegó hasta el pueblo de Oraibi. No obstante, los hopi se
negaron a escucharlo y ni siquiera aceptaron los abalorios que quería
regalarles. Pese a la mala acogida, el franciscano se quedó una noche y tuvo
ocasión de hacerse una idea del desarrollo alcanzado en sus construcciones:
… Las casas son de altos, unas más y otras menos, cuya
disposición es ésta: del piso de la calle se levanta una pared, como de vara y
media de alto, a cuyo nivel está el patio al que se sube por una escalera de
quita y pon […]. En el primer piso del paio hay dos, tres o cuatro cuartos con
puertas, pestillos y llaves de madera[…]. En la misma pared del patio hay otra
escalera para subir a la azotea, que por lo regular está unida con las vecinas
casas…
Francisco Garcés fue asesinado en 1781 por sus
antiguos amigos los yuma. La revuelta yuma, en la que murieron también otros
misioneros y varios colonos, estuvo motivada por el descontento de los indios
ante la continua llegada de caravanas y ganado a sus tierras. Aquello supuso el
abandono definitivo de la ruta abierta por Juan Bautista de Anza y volvió a
dejar aisladas durante años las poblaciones de la Alta California.
Para
leer mas

No hay comentarios:
Publicar un comentario