La ruta entre Acapulco y Manila a través del Pacífico
se empezó a usar en 1571, una vez se perfeccionó el tornaviaje desde Filipinas.
Para cumplir el calendario, el galeón de Manila debía partir del puerto
filipino de Cavite a primeros de julio, con el monzón de verano, y llegar a
Acapulco en Navidad, tras una breve escala en Guam, en el archipiélago de las
Marianas. Durante enero y febrero se procedía a la descarga de las mercancías y
al embarque de nuevo género. El viaje de regreso a Manila se iniciaba en marzo
o abril a más tardar, para aprovechar los vientos del monzón de invierno. La
carrera de Acapulco estaba vinculada a la línea de las “flotas de los tesoros”,
que enlazaba los puertos peninsulares con el virreinato de Nueva España. Así,
los apreciados géneros procedentes de Oriente eran transportados por tierra
desde Acapulco hasta la ciudad de México y luego conducidos a Veracruz, desde
donde eran embarcados con destino a España.
El 22 de septiembre de 1762 una escuadra inglesa atacó
por sorpresa Manila y la tomó sin apenas resistencia. El dominio inglés duró
sólo un año, pero se había puesto en evidencia la indefensión y el aislamiento
de las colonias orientales hispanas. El gobierno de Madrid se vio obligado a
buscar una comunicación más directa y rápida con Filipinas, en principio para
enviar tropas y material de guerra con los que reconstruir y reforzar las
defensas de la ciudad, aunque a la larga se aspiraba a mejorar y agilizar la
administración de las islas.
La ruta elegida, bordeando África y cruzando el Cabo
de Buena Esperanza, no era nueva, ya que era usada por los portugueses desde el
siglo XV para acceder a sus colonias del sudeste asiático. En el siglo XVII,
los holandeses fundaron un establecimiento fijo en la bahía de Tabla, cerca del
Cabo de Buena Esperanza, que servía de escala para los barcos de su compañía comercial,
y una gran factoría en Batavia (actual Yakarta).
Para los marinos españoles, la derrota a lo largo del
continente africano y a través del complejo laberinto de los estrechos de
Malaca y de la Sonda era poco usual, pues estaban acostumbrados a viajar por el
Atlántico, no hacia Sudáfrica. Fueron pues necesarios varios viajes antes de
adquirir un completo dominio de la navegación, con el conocimiento de los
vientos y las corrientes, las estaciones y las escalas de abastecimiento.
La Armada española comenzó las pruebas en 1765, con el
viaje del “Buen Consejo” al mando de Juan de Cansens y Juan de Lángara. El
navío, en el que viajaban como asesores dos prácticos franceses, realizó la
travesía desde Cádiz hasta Manila en algo más de ocho meses. Una vez sobrepasadas
las islas de Cabo Verde, la tripulación vio que se había abierto una vía de
agua en la nave, por lo que se dirigieron a Río de Janeiro para solucionar el
problema antes de flanquear el Cabo de Buena Esperanza. En su diario, Lángara
señaló que la mayor dificultad de la navegación era la imposibilidad de
determinar la posición de la nave a causa de las corrientes.
Entre 1768 y 1770 el “Buen Consejo”, comandado de
nuevo por Casens, realizó un segundo viaje, cuyo tramo final resultó
complicado. En lugar de embocar el estrecho de Sonda, el barco se encontró al
norte de éste, con lo cual se perdió la época idónea para atravesarlo. A fines
de julio, Casens llegó a la rada de Achem, en Sumatra, con 118 enfermos de
escorbuto a bordo, y necesitó la ayuda de un barco francés para desembocar, el
26 de septiembre, en el estrecho de Malaca. En vista de la situación el navío
se dirigió a Batavia, en espera de poder proseguir viaje hacia Filipinas.
Tras las tentativas de la Armada española para mejorar
la nueva ruta del cabo de Buena Esperanza (con los viajes de las fragatas Venus
entre 1769 y 1770, Astrea entre 1770 y 1771, y Palas entre 1771 y 1772), se
organizó una nueva expedición que tuvo consecuencias notables desde el punto de
vista científico, puesto que durante el viaje los oficiales Juan de Lángara y
José de Mazarredo usaron el método de las distancias lunares para hallar la
longitud.
La Venus partió de Cádiz el 21 de diciembre de 1771
hacia las islas Canarias. Desde Tenerife y hasta que sobrepasó el ecuador, la
fragata se vio sometida a calmas y vientos contrarios. Cuando llegó a los 3˚
sur, se presentó la ocasión que esperaban Lángara y Mazarredo para experimentar
el método de determinación de la posición exacta de la nave, ya que las
corrientes y la variedad de vientos que la Venus había soportado hacían temer
que la estima fuera inexacta. La primera observación tuvo lugar el 13 de
febrero. Mazarredo escribía en su diario:
A las 19h, 44´, 35”, hora verdadera, el comandante de
esta fragata […] y yo observamos la longitud de la Luna, midiendo su distancia
al ojo de Tauro, y dedujimos ser en París las 11h, 21´, 31 y ½”, diferencia de
meridianos en tiempo 1h, 36´, 56 y ½”, y por consiguiente 24˚, 14´, 7 y ½” de
longitud occidental
El cálculo de la longitud en el mar no quedó resuelto
hasta fines del siglo XVIII, con el perfeccionamiento del cronómetro y la
mejora de los instrumentos y de los métodos astronómicos. El lo referente a
estos últimos, el de las distancias lunares tenía un fundamento teórico simple,
basado en medir las alturas de la Luna y de otro astro, así como la distancia
entre ambos. Pero la puesta en práctica resultaba compleja, pues requería el
uso de tablas de efemérides celestes y una cierta habilidad matemática.
Todo parece indicar que la experiencia realizada a
bordo del Venus (la primera que se hacía a bordo de un barco español) de había
planeado de antemano, ya que Lángara hizo embarcar un reloj de segundos, y
Mazarredo, ante la imposibilidad de conseguir un ejemplar del Nautical Almanac
británico, había elaborado unas tablas propias.
La duración de la travesía entre Cádiz y Manila
obligaba a hacer una escala para repostar, bien en la isla de Francia, actual
isla Mauricio, o bien en la bahía de Tabla, en la colonia holandesa de El Cabo.
El capitán de la fragata Venus, Lángara, se inclinó por la última opción, a
pesar de que José de Córdoba, que había recalado allí en un viaje anterior,
había informado sobre las dificultades que ponían los holandeses. En esta
ocasión volvió a suceder lo mismo. El gobernador concedió permiso a los
españoles para proveerse sólo de agua y leña, aunque las reticencias oficiales
se subsanaron gracias a un comerciante que les suministró alimentos y todo lo
necesario. El 11 de abril de 1772, la fragata levó anclas en dirección a Java.
Una carta de Lángara, escrita en julio desde el estrecho de Sonda, proporciona
las últimas noticias del periplo:
Esta noche me hallo cerca de la cuarta punta,
esperando desembocar mañana y llegar a Manila, siendo los tiempos regulares,
dentro de veinticinco o treinta días
Un año después, la histórica nave arribaba al puerto
gaditano. Con los viajes de los barcos de la Armada, que siguieron haciendo su
ruta hasta 1783, se pretendía incentivar el comercio directo con la Península,
permitiéndose el embarque de mercancías tanto a la ida como a la vuelta. No
obstante, los comerciantes de la colonia se mostraron recelosos y prefirieron
seguir haciendo sus envíos en el tradicional galeón de Manila a través de Nueva
España, la ruta tradicional. Aunque la iniciativa tuvo poco éxito comercial
(algunas naves regresaban de Filipinas con la bodegas vacías), el Museo de
Ciencias Naturales de Madrid pudo engrosar sus colecciones con ejemplares
zoológicos de las islas y otros objetos exóticos procedentes de la región. La
Venus llegó a Cádiz en julio de 1773, con un curioso regalo para el monarca
español: un elefante, que fue trasladado al Real Sitio de San Ildefonso.
De todos modos, el camino abierto por el Buen Consejo
no tenía marcha atrás; a partir de 1785, con la creación de la real Compañía de
Filipinas, se inició el tráfico comercial entre el puerto de Cádiz y el de
Manila por la ruta de El Cabo. El inmenso mercado oriental se acercaba por fin
a la Península

No hay comentarios:
Publicar un comentario