En un trabajo publicado en 1716, el astrónomo inglés
Edmond Halley había anunciado los tránsitos de Venus de 1761 y 1769, así como
los beneficios que podía reportar su correcta observación para calcular la
distancia entre la Tierra y el Sol. Para ellos se trataba de medir con
precisión desde sitios muy distintos y muy alejados entre sí el tiempo que
tardaba Venus en atravesar el disco solar.
El tránsito de 1761 fue seguido por un gran número de
observadores desde puntos muy alejados del planeta, pero los resultados no
fueron muy concluyentes. La expectación de la comunidad científica fue en
aumento conforme se acercaba el momento en que debía producirse el siguiente
paso de Venus, previsto para 1769, y que sería el último del siglo.
Analizados los lugares desde donde podrían realizarse
las observaciones (Laponia, el norte de Asia, norte y noroeste de América,
entre otros), los expertos mostraron preferencia por la península de
California, la región más occidental de Nueva España.
Pese a que la diplomacia británica estableció
contactos con la corte de Madrid para conseguir que se autorizara el viaje de
sus astrónomos a California, las gestiones no prosperaron.
La Corona española se inclinó por organizar una
comisión propia a la que más tarde se añadió una delegación francesa, dirigida
por el prestigioso astrónomo Jean Baptiste Chappe D´Auteroche, miembro de la
Academia de Ciencias y del Observatorio de París, que la anterior campaña había
viajado a Laponia para seguir el fenómeno.
Chappe y sus compañeros, el ingeniero y geógrafo
Pauly, el dibujante Alexander-Jean Nöel y el relojero Dubois, se reunieron en
Cádiz con los comisionados españoles, los tenientes de navío Vicente Doz y
Salvador de Medina, para zarpar hacia el puerto mexicano de Veracruz. Doz y de
Medina, además de acompañar a los científicos franceses, debían realizar sus
propias observaciones astronómicas y otras tareas de interés para la Armada.
En Cádiz surgieron algunos problemas relacionados con
los permisos para viajar a las Indias que impidieron el embarque de los
expedicionarios en la flota que partía hacia Nueva España. Perdida esta
oportunidad, tuvo que recurrirse al flete de una balandra francesa, pequeña e
inestable, que tardó 77 días en llegar a Veracruz.
El arribo a puerto tampoco fue fácil porque el capitán
de la nave, que llevaba bandera francesa, se negaba a izar el pabellón español.
Por otra parte, un fuerte viento del norte impidió descargar el equipo y obligó
a la balandra a refugiarse durante dos días al abrigo de San Juan de Ulúa,
construido en la isla situada a la entrada del puerto. Una vez en tierra, sin
pérdida de tiempo, se empaquetó el equipaje e instrumental en pequeños fardos
para acomodarlos en las reatas de mulas. Y tan pronto se hubieron adquirido
literas y provisiones, la comitiva emprendió el camino que llevaba a la ciudad
de México.
La llegada de los expedicionarios a la capital, el 26
de marzo, resultó reconfortante y casi les hizo olvidar los penosos ocho días
de lento viaje por caminos polvorientos y con un calor sofocante. El astrónomo
francés, que contrató a un ciudadano francés residente en la colonia española
como intérprete, se mostró muy complacido con las atenciones del virrey, quien
puso a su disposición uno de sus carruajes e incluso un cocinero para
prepararles comida francesa. Mientras preparaban los preparativos para la
siguiente etapa, los viajeros pudieron recorrer la ciudad. Chappé quedó
impresionado por el único paseo que existía, el de la alameda, con sus fuentes
y sus arboledas sombreadas, y por la gran cantidad de iglesias.
A mediados de abril, tras detenerse brevemente en
Querétaro y Guadalajara, el grupo se encontraba ya en el departamento de San
Blas, a orillas del Pacífico. Por fortuna, la misma tarde de su llegada
arribaba al puerto el paquebote “La Concepción”, que se puso de inmediato a su
servicio. Aunque su capitán no dio demasiadas garantías de poder llegar a
tiempo para la observación, debido a los vientos contrarios y las corrientes de
aquella época del año, el viaje superó los augurios más pesimistas. Al cabo de
25 días aún estaban lejos de su destino y los víveres empezaban a escasear,
sobre todo el agua, que hubo que racionar. Cuando al fin se avistó la costa
californiana, se produjo una disputa entre Chappe, que quería que la nave los
acercara lo más posible a su objetivo, y los marinos españoles, quienes
opinaban que era menos arriesgado atracar en la bahía de San Bernabé, 15 leguas
al sur. El astrónomo francés escribió:
… me objetaban, con razón, que desembarcando en la
costa del cabo de San Lucas se arriesgaba el barco: yo respondí que estaba
convencido de que Su Majestad Católica preferiría perder un navío pequeño y
malo, antes que los frutos de una comisión tan importante como la nuestra…
Finalmente la nave echó el ancla a media legua de la
costa y , aunque el viento y el oleaje dificultaron el desembarco, el 21 de
mayo al anochecer todos estaban en tierra sanos y salvos.
A su llegada a la misión de San José del Cabo, los
viajeros se encontraron con un panorama desolador. La población sufría desde
hacia meses una epidemia de tifus que había causado numerosas muertes. Pero la
gravedad de la situación no alteró los planes de los astrónomos. En menos de 15
días se dispusieron dos observatorios, uno para cada delegación, se
desembalaron, montaron y calibraron los instrumentos y se realizaron algunas
pruebas preparatorias.
Chappe hizo descubrir parte del techo de una casa e
instaló unas telas que podían extenderse y replegarse a voluntad. Un cartel
cerca de los aparatos indicaban las operaciones que debían efectuarse durante
el tránsito de Venus. Doz y De Medina se instalaron algo más lejos, en un
habitáculo construido con materiales traídos del continente. La cubierta tenía
dos aberturas tapadas con lienzos móviles.
El día 3 de junio amaneció despejado, de tal modo que
el fenómeno astronómico pudo ser contemplado con toda claridad. El científico
mexicano Joaquín Velázquez de León, quien por aquel entonces residía en el real
de Santa ana, también pudo registrarlo. Vicente Doz escribió:
… el día amaneció hermoso y enteramente despejado, con
lo que me prometí una buena observación. Anticipadamente me puse el anteojo,
interponiendo un vidrio ahumado que hacía la imagen del Sol blanca, tirando un
poco a amarilla, y el limbo perfectamente terminado. Como esperaba ver la
entrada por los 25 grados, del norte al este, procuré aplicar toda la atención
hacia esta parte, reservando un ojo para el tiempo en que consideraba debía
suceder el primer contacto, el que vi con mucha claridad y distinción…
Unos días mas tarde los acontecimientos se
precipitaron. Primero cayeron víctimas del tifus los oficiales españoles, y
poco después la totalidad de los expedicionarios franceses. Pese a la
enfermedad, en los instantes de mejoría tanto Chappe como Doz pudieron realizar
algunas observaciones para determinar las coordenadas geográficas de San José
del Cabo.
A finales de julio la situación de algunos enfermos
empeoró de forma irreversible. En unas semanas fallecieron Chappe, su
intérprete y varios soldados e indios de su séquito. Los maltrechos
supervivientes se dirigieron al real de Santa Ana, donde Pauly, el ayudante de
Chappe, vendió a Velázquez de León los libros e instrumentos del difunto
astrónomo. Luego fueron a bahía de Cerralvo, desde donde zarparon hacia San
Blas. En aquel puerto, el 22 de octubre, moría también Salvador De Medina.
No obstante, la desgraciada expedición astronómica
tuvo unas consecuencias que superaron sus objetivos principales. Al tener que
determinarse la posición exacta de los lugares de observación, se pudo
comprobar y corregir la errónea situación de la península de California en los
mapas de la época. Asimismo, la misión tuvo una importante repercusión en la
propia colonia, tanto porque estimuló los estudios astronómicos como porque dio
a conocer en Europa el trabajo científico que se estaba desarrollando en Nueva
España.
El paso de Venus de 1769 fue seguido por muchos
observadores desde distintas estaciones repartidas por todo el planeta. No obstante,
los resultados obtenidos por Chappe y Doz estuvieron entre los más afinados. El
primero establecía una distancia de la Tierra al Sol de 96.162.840 millas
(153.860.544 km), y el español, de unas 94.480.544 (157.568.032). Actualmente
se acepta que la distancia media de la Tierra al Sol es de unas 92.956.200
(unos 150 millones de kilómetros).
Para leer mas:
http://www.tránsitovenus.nl
http://es.wikipedia.org/wiki/Jean_Chappe_d'Auteroche
http://www.astronomy.ohio-state.edu/~pogge/Ast161/Unit4/venussun.html

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