viernes, 24 de marzo de 2017

La última carga de los jinetes polacos

La Segunda Guerra Mundial fue un huracán que trastocó todos los conceptos dados por válidos hasta entonces. Los últimos reductos de las guerras decimonónicas quedaros rápidamente desfasados. La guerra ya nunca volvió a ser igual.
El gran impulsor de todos estos cambios fue el ejército alemán. Sabedores las autoridades nazis de que sus efectivos eran limitados y de que una guerra larga sería a la larga perjudicial para sus intereses, habían desarrollado un tipo de guerra que, sobre todo al principio, encontró a sus oponentes sin capacidad de reacción. Era la “blitzkrieg”, o guerra relámpago. Esta táctica era sencilla y consistía en valerse de su superioridad tecnológica para sorprender a los enemigos con un asalto llevado a cabo con todo tipo de vehículos de gran velocidad (blindados o motocicletas).
En efecto fue la tecnología el elemento diferenciador. Los países se afanaron por crear aviones cada vez más rápidos y destructivos, tanques cada vez más potentes, etc. Las grandes cargas de infantería perdieron su papel decisivo y la caballería perdió su imagen de imbatibilidad.
Pero no todos los países respondieron de igual manera a todos estos retos. Desde luego Alemania estaba a la cabeza de estos nuevos conceptos, con generales como Guderian, el genio que convirtió a sus columnas blindadas en estiletes que destrozaban cualquier resistencia. Pero en el otro extremo estaban países como Polonia, bastante más atrasado, que poseía el mayor contingente de caballería militar de Europa (70.000 jinetes, que constituían el 10 por ciento del ejército activo), donde no contó con carros de combate hasta 1936, año en que adquirió poco menos que 40, y donde ese aura de heroísmo, honor y efectividad seguía rodeando a sus jinetes.
Y es aquí, en Polonia, la primera víctima de la maquinaria alemana, donde se desarrolla la historia …
Una de las obsesiones de Hitler era el “Pasillo de Danzing”, o “Corredor de Pomerania”, el pedazo de tierra que había sido entregado a Polonia en el Tratado de Versalles que puso fin a la 1ª Guerra Mundial con el objetivo de dar a Polonia una salida al Mar Báltico. Para Hitler fue una humillación que separó a Prusia en dos partes. Por eso una de las columnas principales de las que atacaron Polonia el 1 de septiembre de 1939, nada menos que el IV Ejército, se dirigió por el norte al “Pasillo de Danzing”.
Y para evitar la caída de Pomerania el mando polaco había destinado dos divisiones de infantería y una brigada de caballería. Según el mito, los caballeros polacos de la Brigada de Caballería Pomorska, se lanzaron con lanzas y sables contra los poderosos Panzers alemanes y fueron completamente exterminados en una carga heroica para defender su patria.
Es una historia bonita, pero parece que no es del todo cierta. Según defiende Steven J. Zaloga en su libro “La invasión de Polonia: 'Blitzkrieg'”, la historia no sucedió así.
Cuando el IV ejército alemán entró en Polonia, los mandos polacos entendieron que era una locura intentar defender Pomerania y decidieron que las tropas se concentraran al sur de Pomerania.
Las tropas iniciaron el repliegue hacia el sur pero fueron alcanzadas por la vanguardia alemana y fueron atacados durante todo el día por la 20 División motorizada alemana. Esta División contaba con vehículos armados, pero no con tanques. Para contenerla, el coronel Kazimierz Mastelarz decidió atacarla de flanco con dos escuadrones montados, el 1º y el 2º, mientras el resto del regimiento mantenía sus posiciones. A las siete de la tarde, los 250 jinetes sorprendieron a un batallón de infantería enemigo cerca de Krojanty. Saliendo del lindero del bosque sable en mano, cargaron al galope contra los desprevenidos infantes y los pusieron en fuga, diezmando las filas alemanas y obligando al comandante enemigo a pedir permiso para replegarse “ante una intensa presión de caballería”, según escribe Zaloga en su libro. La súbita aparición de unos coches blindados alemanes, que empezaron a dispararles con sus ametralladoras, obligó a los lanceros a protegerse tras una loma dejando 20 jinetes muertos, incluido su coronel.
Este combate provocó en la retaguardia alemana el pánico a la caballería polaca. El propio general Guderian debió calmar al Estado Mayor de su XIX Cuerpo de Ejército cuando vió que emplazaban nerviosos un cañón contracarro temiendo la inminente aparición de jinetes enemigos.
Al día siguiente los alemanes llevaron al lugar a corresponsales de guerra italianos que vieron los cadáveres de los jinetes polacos. Los alemanes les dijeron que se habían enfrentado contra tanques alemanes y habían sido completamente exterminados.
La historia se dio por buena y no fue negada por ninguna de las dos partes. Para los alemanes significaba el triunfo de su poderos tecnología militar sobre sus enemigos, y para los polacos ensalzaba el heroísmo de sus jinetes que se habían lanzado sin pensar a la muerte por defender a su país.

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