La
Segunda Guerra Mundial fue un huracán que trastocó todos los conceptos dados
por válidos hasta entonces. Los últimos reductos de las guerras decimonónicas
quedaros rápidamente desfasados. La guerra ya nunca volvió a ser igual.
El
gran impulsor de todos estos cambios fue el ejército alemán. Sabedores las
autoridades nazis de que sus efectivos eran limitados y de que una guerra larga
sería a la larga perjudicial para sus intereses, habían desarrollado un tipo de
guerra que, sobre todo al principio, encontró a sus oponentes sin capacidad de
reacción. Era la “blitzkrieg”, o guerra relámpago. Esta táctica era sencilla y
consistía en valerse de su superioridad tecnológica para sorprender a los
enemigos con un asalto llevado a cabo con todo tipo de vehículos de gran
velocidad (blindados o motocicletas).
En
efecto fue la tecnología el elemento diferenciador. Los países se afanaron por
crear aviones cada vez más rápidos y destructivos, tanques cada vez más
potentes, etc. Las grandes cargas de infantería perdieron su papel decisivo y
la caballería perdió su imagen de imbatibilidad.
Pero
no todos los países respondieron de igual manera a todos estos retos. Desde
luego Alemania estaba a la cabeza de estos nuevos conceptos, con generales como
Guderian, el genio que convirtió a sus columnas blindadas en estiletes que destrozaban
cualquier resistencia. Pero en el otro extremo estaban países como Polonia,
bastante más atrasado, que poseía el mayor contingente de caballería militar de
Europa (70.000 jinetes, que constituían el 10 por ciento del ejército activo),
donde no contó con carros de combate hasta 1936, año en que adquirió poco menos
que 40, y donde ese aura de heroísmo, honor y efectividad seguía rodeando a sus
jinetes.
Y
es aquí, en Polonia, la primera víctima de la maquinaria alemana, donde se
desarrolla la historia …
Una
de las obsesiones de Hitler era el “Pasillo de Danzing”, o “Corredor de
Pomerania”, el pedazo de tierra que había sido entregado a Polonia en el
Tratado de Versalles que puso fin a la 1ª Guerra Mundial con el objetivo de dar
a Polonia una salida al Mar Báltico. Para Hitler fue una humillación que separó
a Prusia en dos partes. Por eso una de las columnas principales de las que
atacaron Polonia el 1 de septiembre de 1939, nada menos que el IV Ejército, se
dirigió por el norte al “Pasillo de Danzing”.
Y
para evitar la caída de Pomerania el mando polaco había destinado dos
divisiones de infantería y una brigada de caballería. Según el mito, los
caballeros polacos de la Brigada de Caballería Pomorska, se lanzaron con lanzas
y sables contra los poderosos Panzers alemanes y fueron completamente
exterminados en una carga heroica para defender su patria.
Es
una historia bonita, pero parece que no es del todo cierta. Según defiende
Steven J. Zaloga en su libro “La invasión de Polonia: 'Blitzkrieg'”, la
historia no sucedió así.
Cuando
el IV ejército alemán entró en Polonia, los mandos polacos entendieron que era
una locura intentar defender Pomerania y decidieron que las tropas se
concentraran al sur de Pomerania.
Las
tropas iniciaron el repliegue hacia el sur pero fueron alcanzadas por la
vanguardia alemana y fueron atacados durante todo el día por la 20 División
motorizada alemana. Esta División contaba con vehículos armados, pero no con
tanques. Para contenerla, el coronel Kazimierz Mastelarz decidió atacarla de
flanco con dos escuadrones montados, el 1º y el 2º, mientras el resto del
regimiento mantenía sus posiciones. A las siete de la tarde, los 250 jinetes
sorprendieron a un batallón de infantería enemigo cerca de Krojanty. Saliendo
del lindero del bosque sable en mano, cargaron al galope contra los
desprevenidos infantes y los pusieron en fuga, diezmando las filas alemanas y
obligando al comandante enemigo a pedir permiso para replegarse “ante una
intensa presión de caballería”, según escribe Zaloga en su libro. La súbita
aparición de unos coches blindados alemanes, que empezaron a dispararles con
sus ametralladoras, obligó a los lanceros a protegerse tras una loma dejando 20
jinetes muertos, incluido su coronel.
Este
combate provocó en la retaguardia alemana el pánico a la caballería polaca. El
propio general Guderian debió calmar al Estado Mayor de su XIX Cuerpo de
Ejército cuando vió que emplazaban nerviosos un cañón contracarro temiendo la
inminente aparición de jinetes enemigos.
Al
día siguiente los alemanes llevaron al lugar a corresponsales de guerra
italianos que vieron los cadáveres de los jinetes polacos. Los alemanes les
dijeron que se habían enfrentado contra tanques alemanes y habían sido
completamente exterminados.
La
historia se dio por buena y no fue negada por ninguna de las dos partes. Para
los alemanes significaba el triunfo de su poderos tecnología militar sobre sus
enemigos, y para los polacos ensalzaba el heroísmo de sus jinetes que se habían
lanzado sin pensar a la muerte por defender a su país.
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