Cuando
Hacia el año 1577, Flandes era posiblemente el mayor problema para Felipe II,
el “Rey Prudente”. En su Imperio no se ponía el Sol, pero cada
vez eran mayores los problemas para defender unos dominios tan bastos.
En
Flandes, además, se juntaban las motivaciones religiosas. Las provincias del
norte, eran protestantes, lo que les enfrentaba a la católica metrópoli.
Posiblemente, además, sentían que les iría mejor sin tener que depender de
España, siendo una tierra tan rica y próspera.
Esas
y otras razones hicieron que en 1568 estallara una revuelta general en los
Países Bajos, donde era Gobernadora Margarita de Parma. Felipe II decidió
acabar con la revuelta enviando al Gran Duque de Alba. Sin embargo, mientras se
realizaban los preparativos, la Gobernadora llegó a tener bastante controlada
la situación, pese a lo cual, al llegar allí, el Duque de Alba, tomó el mando.
Enseguida puso en marcha una campaña de terror y creó el tristemente famoso “Tribunal
de los Tumultos”. Algunas teorías indican que todo formaba parte de un plan
que seguiría con la llegada del rey Felipe II, el cual acabaría con la
represión y restablecería la calma a cambio de que acabara la revuelta.
Sin
embargo, el plan salió mal y el rey nunca viajó a los Países Bajos. Pero el
Duque tampoco logró el fin de la revuelta, todo lo contrario, ésta empeoró. En
1573, El rey decidió cambiar de estrategia y buscar una salida negociada con
los rebeldes, para lo cual decidió enviar a Luis de Requesens como Gobernador
General. De inmediato, intentó inició las negociaciones pero sin ningún
resultado. Entre otras razones, la causa del fracaso pudo ser que el rey quería
que se volviera a la situación anterior, sin ningún tipo de libertas religiosa
ni de autonomía política. Una vez fracasada la vía diplomática, Luis de
Requesens intentó la vía militar, en la que logró varios éxitos que llegaron a
acabar con los ejércitos rebeldes. Sin embargo, cuando no quedaba nadie a quien
enfrentarse, la falta de recursos económicos, hizo que las tropas se
sublevaran. La repentina muerte del Gobernador, hizo que no se pudiera acabar
con la misma.
Ante
la situación desesperada, el rey se vio obligado a nombrar a su hermanastro Don
Juan de Austria como Gobernador con la difícil misión de acabar con la
revuelta. Sin embargo, al poco de su llegada, se produjo el saqueo de Amberes
por los Tercios amotinados, que llevaban varios meses sin cobrar.
Parece
difícil entender que una persona tan joven tuviera la altura de miras y
capacidad de trato para lograr en tan poco tiempo la solución de un conflicto
tan enconado. Sin embargo, Juan de Austria, ya estaba curtido en mil batallas,
entre ellas, Lepanto, donde junto al grupo de oficiales posiblemente más
valiosos de la historia de España, frenó en seco la expansión turca por el
Mediterráneo Ocidental.
En
efecto, logró de los líderes rebeldes el compromiso de la paz a cambio de sacar
de los Países Bajos a los Tercios, así como otras cesiones menores, a cambio de
cual, él sería reconocido como Gobernador General y todas las provincias,
volverían a la lealtad hacia su rey. Juan de Austria pagó los sueldos que se
debían a los soldados, con dinero del rey, pero también con su propio dinero
que había logrado en Lepanto e incluso pidiendo algún crédito, y licenció a las
tropas que se dirigieron a Italia. Este trato se conoció como el “Edicto
Perpetuo”, y estuvo muy cerca de lograr la paz definitiva. Sin embargo, el
líder de los rebeldes Guillermo de Orange “El Taciturno”, no desea la
paz al precio de seguir bajo la soberanía española, sino que ansía unos Países Bajos
independientes de España, posiblemente bajo su dominio. Estamos en 1577 y la
situación en poco tiempo va a darse la vuelta.
En
Bruselas, capital de los Países Bajos y residencia del Gobernador Juan de
Austria, el clima es cada vez más incómodo, se habla de la intención de los
nobles de sublevarse otra vez animados por el de Orange, hasta ser de abierta
hostilidad contra el español. Aconsejado por los pocos fieles que le quedan en
Bruselas, Juan de Austria se refugia en la fortaleza de Namur y envía mensajes
a Madrid rogando a Felipe II que le envíe a sus queridos Tercios de vuelta.
Felipe II no está por la labor, pero ante la situación, no le queda otra que
acceder y ordenar la vuelta de los Tercios a los Países Bajos.
Don
Juan además, logró del rey que accediera a que junto a los Tercios, viniera su
primo (que tenía su edad y era gran amigo suyo) Alejandro Farnesio. Habían
luchado juntos en Lepanto y estudiado también juntos en Madrid. Don Juan estaba
entusiasmado y escribió según se cuenta, una carta a cada uno de los soldados
con estas palabras:
“A los magníficos señores, amados y
amigos míos, los capitanes de la mi infantería que salió de los Estados de
Flandes […] A todos ruego que vengais con la menor ropa y vagaje que pudiéreis,
que llegados acá no os faltará de vuestros enemigos”.
Poco
más les hacía falta a los soldados para volar en ayuda de su general. Para
ellos, Juan de Austria era el héroe que les había llevado a la victoria en
Lepanto y que había aplastado la revuelta de las Alpujarras. Además estaban
deseosos de resarcirse de la humillante salida de Flandes sin acabar lo que
habían empezado. Los preparativos para el viaje fueron frenéticos y en poco
tiempo, Alejandro Farnesio tenía preparado un ejército de 6000 soldados de
élite listos para el viaje. Las tropas recorrieron el Camino Español, una obra
de arte de ingeniería que unía las posesiones españolas en Italia con los
Países Bajos atravesando Europa, y lo hicieron estableciendo un nuevo record de
velocidad, llegando a recorrer 1000 km en 30 días. Aquellos soldados estaban
sedientos de combate y los rebeldes no sabían lo que les esperaba.
Mientras
estos ocurría, en Flandes, los rebeldes habían reunido un ejército de 17.000
soldados, con el que se encontraban seguros de su victoria. Mientras los
tercios corrían junto a su general, el ejército rebelde salió en dirección a
Namur para acabar de una vez con Don Juan. Sin embargo, las noticias de que los
españoles estaban llegando, hizo que cundiera la duda entre los líderes
rebeldes y el ejército dejó de avanzar y empezaron movimientos dubitativos.
Pero
ya era tarde, los Tercios del rey de España ya estaban allí. Al verlos, Don
Juan no pudo sino emocionarse al comprobar el esfuerzo titánico que habían
hecho para acudir en su ayuda. De inmediato, se prepararon para la batalla sin
siquiera descansar del viaje. Don Juan añadió a su estandarte real que había
llevado en Lepanto, esta frase:
“Con esta señal vencí a los Turcos, con
esta venceré a los herejes”
Tal
era la confianza del español en sus tropas.
La
batalla empezó con el envío por parte de Don Juan de un grupo de 2.000 soldados
a las órdenes de Octavio Gonzaga, un hombre confianza de Don Juan, con las
órdenes de entretener al grueso del ejército rebelde pero sin avanzar demasiado
ni exponerse en exceso. Pero los Tercios no valían para eso. Las tropas de
Gonzaga no sólo establecieron contacto, sino que obligaron a retroceder a los
rebeldes, hasta tal punto que Don Juan temió que el enemigo se lanzara de golpe
y exterminara a la unidad de Gonzaga. Envió un mensaje a un capitán llamado
Perote, cuya unidad se encontraba en la vanguardia y seguía avanzando, con la
orden de retroceder y reagruparse. Perote se indignó pensando que le trataban
como a un cobarde y contestó de malas maneras y sin retroceder un palmo …
“… que él nunca había vuelto las
espaldas al enemigo, y aunque quisiera no podría…”
Pero
el temido contraataque rebelde nunca llegó, sino que éstos fueron retrocediendo
más y más empujados por los españoles. En la retraguardia, Alejandro Farnesio
observaba ansioso como sus soldados se batían como fieras contra sus enemigos,
a un paso de la gloria. Don Juan le había pedido que no se alejara de él. No
pudo resistirse más. Le arrebató a un paje la lanza que llevaba y montó en el
primer caballo que encontró libre para dirigir en persona la carga de la
caballería.
“Id a Juan de Austria y decidle que
Alejandro, acordándose del antiguo romano, se arroja en un hoyo para sacar de
él, con el favor de Dios y con la fortuna de la Casa de Austria, una cierta y
grande victoria hoy”.
Al
ver a Alejandro preparando la carga, otros grandes oficiales del ejército, se
montaron en sus caballos y se prepararon para la gran carga. Y entonces, se
lanzaron veloces contra la caballería rebelde que no pudo sino ver espantada la
carga de esos valientes soldados que se lanzaban como salvajes contra ellos. Y
en efecto, la caballería rebelde fue destrozada. En su pánico, intentando huir,
de encontraron con la infantería a la que desorganizaron. Don Juan al ver la
carga de su primo el Farnesio temió por su vida y lanzó al resto de la
infantería en su apoyo. Pero no hacía falta, ya que Alejandro, con su gran
pericia, lanzaba una y otra vez sucesivas cargas con precisión quirúrgica que
destrozaba una tras otra todas las unidades rebeldes. Al final, todos los que
pudieron huyeron, unos en dirección a Bruselas, otros hacia la cercana
fortaleza de Glemboux, y la mayoría de ellos alcanzados y muertos por los
españoles. Esa es la razón de que a esta batalla se la llame también“batalla
de las espuelas”.
Al
final de la batalla, las cifras no dejan de impresionar, con más de 10.000 bajas
entre los rebeldes contra unos pocos españoles. Al encontrarse, Don Juan
reprochó a su primo Alejandro Farnesio que hubiese expuesto su vida de esa
manera, a lo que el de Farnesio respondió que:
“él había pensados que no podía llenar
el cargo de capitán quien valerosamente no hubiera hecho primero el oficio de
soldado”
Tras
esta batalla, los españoles no hicieron más que avanzar retomando una tras otra
todas las ciudades. La victoria pudo haber sido completa, si no fuera porque la
muerte sorprendió demasiado pronto a Don Juan de Austria. Antes de morir, logró
que Felipe II diera el mando de las tropas y el gobierno de Flandes a su primo,
quien siguió el camino que emprendieron juntos. Y hubiera acabado con la guerra
completamente si no fuera por los delirios de su rey. Pero esa es otra
historia.
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