El 19 de julio de 1808
sucedía en una pequeña localidad de Jaen por primera vez un hecho increible en
ese momento. El glorioso e invencible ejército francés, era derrotado en campo
abierto por un ejército mucho menos preparado, pero orgulloso de su tierra, por
la que luchaban contra el invasor. Pero no solo fue eso, sino que fue un
aldabonazo en la situación europea. Ahora se sabía que Napoleón podía ser
vencido. Y en España, fue un golpe de moral para lograr echar al invasor
francés de la patria.
Pero cómo se llegó a
esta situación?. La historia empieza más atrás. Cuando Napoleón llega al poder
en Francia, lo hizo un sentido muy alto de su poder militar, que pronto pondría
en marcha a la conquista de Europa. Sin embargo, su gran enemigo estaba bien
defendido por el mar. Inglaterra, poseía la mayor flota de ese momento, o al
menos suficiente para impedir el desembarco del ejército francés. Eso lo sabía
Napoleón. Por eso se decidió a llevar a cabo el bloqueo continental, para
ahogar a la isla. La mayoría de los países lo acataron, unos por estar ya bajo
control francés y otros por alianza o miedo. Pero Portugal era otra cosa. Era
un aliado histórico de Inglaterra, y se sentía segura con España por medio. Por
eso Napoleón se decidió a invadir el pais luso para completar el bloqueo.
Pero para llegar hasta
Portugal una tierra se interponía en el camino de Napoleón, España. Por ello,
en 1807 el francés firmó con Godoy el Tratado de Fontainebleau, mediante el
cual logró obtener el permiso para atravesar con más de 100.000 hombres el
territorio hispano.
Realmente, en la mente
de Napoleón estaba ocupar no sólo Portugal sino también España. El país era
atrasado y poseía una monarquía corrupta y poco querida por el pueblo, a si que
la Francia revolucionaria llegaría a salvar al país de su destino... O al menos
eso pensaba el Emperador.
Así, una vez obtenido
el permiso, el plan se puso en marcha. A su paso a través de España, el
disciplinado ejército francés fue ocupando diferentes ciudades hasta llegar a
Madrid. Así, lo que en un principio comenzó como un permiso de paso, acabó
convirtiéndose en una invasión a gran escala. A su vez, las intrigas políticas
del Emperador, lograron finalmente dar el trono español a su hermano y
terminaron por minar la paciencia de la población que, a partir de mayo,
comenzó a levantarse contra los invasores franceses.
Así, se iniciaron una
serie de revueltas por todo el territorio a base de rastrillo y cuchillo en
contra del águila imperial. Aunque a falta de tropas regulares, la defensa
corría a manos del pueblo llano. Además, a lo largo y ancho de toda España, los
defensores se fueron constituyendo en pequeñas juntas locales, ante la
destrucción y la inactividad de los organismos centrales.
Pero pese al valor de
los paisanos, la disciplina y preparación del ejército francés se fue
imponiendo y en poco tiempo, los invasores dominaban el norte y el centro de la
península, y se prepararon para el asalto al sur
Napoleón ordenó al
general Dupont avanzar hacia Córdoba, ocuparla y seguir hacia Sevilla y Cádiz
para liberar a una escuadra francesa bloqueada allí desde la batalla de
Trafalgar, con el objetivo final de asegurar los puertos andaluces.
Dupont se puso en
marcha y ocupó Córdoba, desencadenando un episodio oscuro. Sin contener un
ápice su ira, ordenó que se tocase a rebato y que no se respetase ni a los
ancianos, ni a las mujeres ni a los niños. Comenzó el saqueo de Córdoba, en el
que durante tres días de descontrol no quedó casa sin ultrajar ni mujer sin
violar, según los testimonios del suceso. 10.000 franceses se dispersaron por
toda la ciudad, derribando puertas y matando a todo aquel que se le ponía por
delante. Mientras, los cordobeses corrían a esconder lo poco que podían y a
intentar ocultar a sus mujeres e hijas.
Del saqueo no se salvó
ni el obispo, que tuvo que saltar la tapia del Palacio Episcopal para
refugiarse en la finca aledaña. A pesar de ello, "fue alcanzado y
pisoteado", según un testimonio. No se respetó nada ni a nadie. Los
soldados violaron a las monjas en el interior de sus propias celdas.
El salvajismo del
saqueo fue tan enorme que conmovió a los propios oficiales del ejército
francés. Dos días después de estos desmanes, el teniente coronel Clerc escribió
de sus subordinados:
"Los
cerdos se comían los senos de las mujeres que habían recibido muerte en las
calles".
La rapiña se centró en
las iglesias y monasterios, especialmente los femeninos. El primer templo en
ser ultrajado fue el Santuario de la Fuensanta. Entre gritos y entre el horror
de decenas de feligreses, la soldadesca napoleónica destrozó la imagen de la
Virgen y se llevó hasta los copones del vino sagrado. El Santuario fue
reconvertido en lupanar durante el saqueo. La Mezquita-Catedral fue despojada.
Desaparecieron las dos coronas de oro de la Virgen de Villaviciosa. El Palacio
Episcopal también fue saqueado. Los soldados se llevaron todos sus fondos, la
plata de mesa, el báculo, los pectorales, los candelabros y todo el vestuario
necesario para el obispo.
El 16 de junio, Dupont
conoce que la armada francesa se había rendido a los españoles en Cádiz y que
se estaba formando un ejército para coparle en Córdoba. Vista la situación,
Dupont decide salir de Córdoba y dirigirse a Andújar, a 28 kilómetros de
Bailén, donde llega el 18 de junio, con la intención de esperar refuerzos.
Una vez llegados sus
refuerzos, Dupont se sintió tranquilo al saber que contaba a sus órdenes con
34.000 hombres divididos en cinco divisiones. Para facilitar la organización de
este ejército tan numeroso el general entregó cada una a un oficial. Entre
ellos destacaba el General de división Vedel, un militar que se había ganado
sus galones y el favor de Napoleón combatiendo contra los austríacos varios
años antes.
Por su parte, y ante
el peligro que se cernía sobre la patria, España llamó a filas a los
ciudadanos, que se sumaron las escasas tropas regulares existentes. De hecho,
las Juntas de Sevilla y Granada llevaban tiempo formando con lo que podían dos
ejércitos que debían frenar a los franceses. A su mando se puso al general
Francisco Javier Castaños.
A principios de julio,
Castaños se encuentra en Porcuna, para establecer el plan de ataque con sus
generales. Contaba con 29.246 hombres; que dividió en 3 columnas: La primera,
con 9.450 hombres, al mando del mariscal de campo de origen suizo Reding. La
segunda, mandada por el mariscal de campo belga marqués de Coupigny [contaba]
unos 8.000 hombres. La tercera columna, compuesta de dos divisiones al mando de
los tenientes generales Félix Jones y Manuel La Peña, que disponía de 12.000
hombres de las milicias provinciales. Además, se contaba con una “columna
volante” que mandaba el coronel Juan de la Cruz con unos 2.000 hombres, casi
todos voluntarios.
Tras una serie de
pequeñas escaramuzas iniciales entre ambos contingentes, el día 17 de julio de
1808 se realizaron una serie de movimientos que marcarían directamente el
resultado de los combates. Todo comenzó el 16, jornada en que Dupont envió a la
división de Vedel hacia el entonces insignificante pueblo de Bailén con órdenes
de plantar cara a las tropas de Reding, a las que se suponía defendiendo el
lugar.
Pero el general
francés encontró el pueblo vacío. ¿Qué había podido suceder? Entonces, a Vedel
le asaltó la terrible idea de que la unidad española se hubiera dirigido a
Despeñaperros con la idea de cortar el paso de retirada a los franceses. Desde
allí, sería muy difícil derrotar a los españoles. Entonces, los franceses
cometieron su primer error al dirigirse Vedel con sus tropas hacia Despeñaperros,
donde los españoles no estaban, saliendo así del campo de operaciones.
Mientras, el altivo
Dupont continuó esperando despreocupado en Andújar creyendo inocentemente que
su experimentado ejército podría hacer frente a cualquier hueste formada por
los españoles. Al parecer, nunca tuvo demasiado respeto a un ejército que,
según sus palabras, carecía de instrucción y disciplina.
Días después, y ante
la falta de noticias, Dupont dio un giro radical a su plan de operaciones y
partir hacia Bailén, en el cual creía que había solo un pequeño contingente de
tropas españolas. Todo cambió cuando, en la noche del día 18, sus exploradores
le informaron de que a las puertas del lugar le esperaban nada menos que 14.000
soldados enemigos: las divisiones de Reding y Coupigny movilizadas días antes
por Castaños.
A los españoles, por
su parte, también les cogió por sorpresa el encuentro, pues sabían que, aunque
eran superiores en número a las tropas francesas, no contaban con la
experiencia suficiente para vencer al poderoso ejército francés. No obstante,
ambos bandos se prepararon para la batalla. Ahora sólo quedaba ganar tiempo
hasta que llegaran los refuerzos: Vedel por parte de los franceses y Castaños
por el bando español.
Tras el primer
contacto con las unidades de exploración francesas (aproximadamente a las tres
de la madrugada del día 19), los españoles dieron comienzo a una alocada
carrera contra el tiempo para formar su línea defensiva. El ejército, ahora al
mando de Reding, tuvo que organizar a dos divisiones que incluían a unos 12.600
infantes (armados principalmente con mosquetes) y 16 piezas de artillería. A su
vez, la fuerza contaba con el apoyo de casi 1.200 jinetes, entre los que había
varias unidades de los famosos garrochistas (pastores que, diestros en el uso
de la lanza, se incorporaron a filas para combatir al invasor francés).
Para hacer frente a
los galos, las tropas españolas formaron a las afueras de Bailén en forma de
arco o herradura abierta con los extremos apoyados en los cerros Valentín, al
norte, y Haza Walona, al este. En vanguardia se situó la infantería formando
una consistente fuerza de choque a base de mosquete y bayoneta. Como apoyo, se
intercalaron varias piezas de artillería con las que aplastar las formaciones
francesas. En segunda línea, Reding ubicó varias unidades de infantería de
reserva además de algunos regimientos de caballería con un doble objetivo:
apoyar a los cañones y flanquear al enemigo.
Por su parte, el
experimentado Dupont contaba a sus órdenes con unos 8.000 infantes (entre los
que se encontraban los marinos de la guardia imperial), unos 2.000 jinetes
(sumando a coraceros y dragones) y 23 cañones. Como siempre, la fuerza de los
franceses la componía principalmente la caballería pesada, que solía ser usada
como un martillo en contra de las formaciones enemigas.
Como era de esperar,
Dupont ordenó formar con un sólido bloque de infantería en el centro, la
temible caballería en los flancos y varios cañones como apoyo (estas de menor
potencia que las españolas). Ahora todo quedaba en manos de la resistencia, la
valentía y la tenacidad de los soldados.
La contienda comienza
bajo un caos total, pues eran las tres de la mañana y aún era de noche. A las
cinco de la mañana, y sin más dilación, varias unidades del ejército español se
lanzaron (en el extremo del flanco izquierdo) a la conquista de una posición
que les podía otorgar una ventaja táctica de gran importancia: el cerro Haza
Walona. Con sus mosquetes cargados y una buena visibilidad tomaron este
emplazamiento sin combates y se aprestaron a la defensa.
Sin embargo, su
alegría dura poco, pues, con la primera luz de la mañana, Dupont ordenó a la
brigada suizo-española (antiguamente al servicio de España y ahora encuadrada a
la fuerza en el ejército francés) asaltar la colina. Por suerte, la tenacidad
de los defensores se hizo patente y consiguieron resistir este primer embiste.
Sin más paciencia que
agotar, Dupont organizó a su caballería para que, al galope y colina arriba,
tomara el Walona. En este caso, ni el incesante fuego de mosquete español valió
para detener a lo mejor del ejército imperial, que arrasó a dos batallones
españoles a los que, incluso, arrebató sus estandartes, un hecho muy
significativo para la época.
Pero, a pesar de que
los jinetes franceses podrían haber abierto brecha en la línea española, se
retiraron a sus posiciones azuzados por una curiosa treta de los defensores.
«[Una unidad española] a las órdenes de un teniente mantuvo una frenética
actividad para dar la impresión de contar con un mayor número de efectivos. Sin
saberlo, esta actividad, junto con los agudos toques del trompeta de este
destacamento ejecutando todos los toques reglamentarios, confundió a los
jinetes galos», añade el autor de «La batalla de Bailén. El águila derrotada».
Al replegarse la caballería francesa llegan a la loma de Haza Walona los
regimientos suizos del ejército francés, del general Schramm. Entonces ocurre
una historia sorprendente. La presencia del 2º regimiento de Preux (
suizo-francés) y el 6º de Reding ( suizo-francés) en la loma de haza Walona junto
con el 3º regimiento Reding ( suizo) de las tropas españolas, se reconocen y
deciden confraternizar
Mientras, en el centro
del campo de batalla, los franceses formaron columnas para lanzar la que, según
creían, sería la ofensiva definitiva sobre las tropas españolas. La Brigada
Chabert desplegó en cuatro columnas de ataque e inició la contrastada maniobra
gala del choque a la bayoneta en columnas cerradas.
En perfecto orden, los
soldados franceses avanzaron hasta situarse frente a las tropas defensoras. Sin
embargo, los galos no contaban ya con parte de su artillería (la cual había
sido destruida por los cañones españoles desde la lejanía) lo que provocó que
fueran tiroteados sin piedad.
Tras sufrir
considerables bajas, la situación terminó de complicarse para los soldados de
Napoleón cuando Reding ordenó a una parte de la caballería española cargar
contra sus filas. La presión fue demasiada para los experimentados casacas
azules, que, sin poder resistir ni un segundo más, se retiraron manteniendo la
formación.
Sin embargo, la
inexperiencia de algunas de las tropas hispanas salió cara a Reding cuando los
garrochistas, ávidos de venganza, no mantuvieron la formación y se lanzaron
solos contra varios olivares defendidos por soldados galos. Por desgracia, los
mosquetes franceses no perdonaron este error e hicieron mella en las filas de
los confiados lanceros.
Con el espeso polvo
surcando el campo de batalla y el calor haciendo mella en los soldados, la
situación se recrudeció en el flanco derecho cuando un escuadrón español, se
adelantó demasiado y perdió el apoyo de sus compañeros. De pronto, se tuvieron
que enfrentar a una carga de caballería. Por suerte, y a pesar del gran número
de bajas que sufrió esta unidad, se consiguió mantener la línea gracias al apoyo
de varios regimientos cercanos.
Al medio día del 19
julio en Bailen, la temperatura apretaba y los franceses se iba a derretir de
calor. El hecho de las tropas españolas estuvieran con la vanguardia hacia el
pueblo de Bailén, permitió que la población local ayudara en todo cuanto pudo a
sus tropas. La ayuda más valiosa fue sin duda el suministro de agua para los
soldados, y para la refrigeración de la artillería. Los cañones estaban al rojo
vivo en un día "especialmente caluroso". En el escudo de la ciudad de
Bailén figura en lugar preferente un cántaro agujereado, que representa a María
Bellido. Según la tradición, esta mujer habría utilizado el cántaro
precisamente para suministrar agua a los soldados españoles. Dice la leyenda
que una bala perforó el cántaro de María mientras estaba dando de beber a los
soldados españoles.
Abrasados por el
calor, extenuados por el cansancio y temerosos ante la posibilidad de que
Castaños atacase su retaguardia, los franceses organizaron entonces a sus
últimas tropas para llevar a cabo un desesperado asalto contra Bailén. Para
ello, además de a las mermadas unidades de infantería que le quedaban, Dupont
llamó también a sus escasas reservas: los marinos de la guardia imperial.
No obstante, la misión
era casi imposible y las últimas tropas galas fueron pasadas a mosquete por los
ávidos españoles. La última gota de ánimo que aún mantenía vivos a los
franceses se acabó cuando Dupont fue herido y casi derribado de su montura.
Finalmente, la esperanza imperial se desvaneció cuando vieron aparecer a las
tropas de La Peña por su retaguardia.
Sabedor de la derrota,
Dupont ordenó la rendición y llegó a un acuerdo con los españoles para que sus
tropas fueran repatriadas a Francia (cosa que nunca se llegó a realizar, pues
una gran parte de los soldados imperiales acabaron muriendo de inanición en una
isla cercana).
De nada valió la
llegada en el último momento de las tropas de Vedel por la retaguardia
española, pues Dupont ordenó a su subordinado detener el ataque ante el temor
de las represalias sobre los soldados franceses capturados. Había aparecido
demasiado tarde para poder ser determinante y las «inexpertas» tropas españolas
se habían hecho con la victoria.
La capitulación fue,
al parecer, demoledora para Napoleón, que nunca antes había visto a su ejército
derrotado en campo abierto. Además, el hecho de que hubiera sido vencido por
una fuerza formada por multitud de milicianos no ayudó a calmar su ira. Tal fue
su enojo que acabó con la carrera de los pocos oficiales galos que volvieron a
Francia.
Una vez acabada la
batalla hubo que recontar las bajas. Por el lado francés sumaban –entre
muertos, heridos y contusos- unos 2.200 soldados (el resto fueron hechos
presos). En el bando español se confirmaron 192 muertos, 656 heridos, 8
contusos y 1.013 extraviados.
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