domingo, 19 de febrero de 2017

Bailén, la tumba española de Napoleón


El 19 de julio de 1808 sucedía en una pequeña localidad de Jaen por primera vez un hecho increible en ese momento. El glorioso e invencible ejército francés, era derrotado en campo abierto por un ejército mucho menos preparado, pero orgulloso de su tierra, por la que luchaban contra el invasor. Pero no solo fue eso, sino que fue un aldabonazo en la situación europea. Ahora se sabía que Napoleón podía ser vencido. Y en España, fue un golpe de moral para lograr echar al invasor francés de la patria.

Pero cómo se llegó a esta situación?. La historia empieza más atrás. Cuando Napoleón llega al poder en Francia, lo hizo un sentido muy alto de su poder militar, que pronto pondría en marcha a la conquista de Europa. Sin embargo, su gran enemigo estaba bien defendido por el mar. Inglaterra, poseía la mayor flota de ese momento, o al menos suficiente para impedir el desembarco del ejército francés. Eso lo sabía Napoleón. Por eso se decidió a llevar a cabo el bloqueo continental, para ahogar a la isla. La mayoría de los países lo acataron, unos por estar ya bajo control francés y otros por alianza o miedo. Pero Portugal era otra cosa. Era un aliado histórico de Inglaterra, y se sentía segura con España por medio. Por eso Napoleón se decidió a invadir el pais luso para completar el bloqueo.

Pero para llegar hasta Portugal una tierra se interponía en el camino de Napoleón, España. Por ello, en 1807 el francés firmó con Godoy el Tratado de Fontainebleau, mediante el cual logró obtener el permiso para atravesar con más de 100.000 hombres el territorio hispano.

Realmente, en la mente de Napoleón estaba ocupar no sólo Portugal sino también España. El país era atrasado y poseía una monarquía corrupta y poco querida por el pueblo, a si que la Francia revolucionaria llegaría a salvar al país de su destino... O al menos eso pensaba el Emperador.

Así, una vez obtenido el permiso, el plan se puso en marcha. A su paso a través de España, el disciplinado ejército francés fue ocupando diferentes ciudades hasta llegar a Madrid. Así, lo que en un principio comenzó como un permiso de paso, acabó convirtiéndose en una invasión a gran escala. A su vez, las intrigas políticas del Emperador, lograron finalmente dar el trono español a su hermano y terminaron por minar la paciencia de la población que, a partir de mayo, comenzó a levantarse contra los invasores franceses.

Así, se iniciaron una serie de revueltas por todo el territorio a base de rastrillo y cuchillo en contra del águila imperial. Aunque a falta de tropas regulares, la defensa corría a manos del pueblo llano. Además, a lo largo y ancho de toda España, los defensores se fueron constituyendo en pequeñas juntas locales, ante la destrucción y la inactividad de los organismos centrales.

Pero pese al valor de los paisanos, la disciplina y preparación del ejército francés se fue imponiendo y en poco tiempo, los invasores dominaban el norte y el centro de la península, y se prepararon para el asalto al sur

Napoleón ordenó al general Dupont avanzar hacia Córdoba, ocuparla y seguir hacia Sevilla y Cádiz para liberar a una escuadra francesa bloqueada allí desde la batalla de Trafalgar, con el objetivo final de asegurar los puertos andaluces.

Dupont se puso en marcha y ocupó Córdoba, desencadenando un episodio oscuro. Sin contener un ápice su ira, ordenó que se tocase a rebato y que no se respetase ni a los ancianos, ni a las mujeres ni a los niños. Comenzó el saqueo de Córdoba, en el que durante tres días de descontrol no quedó casa sin ultrajar ni mujer sin violar, según los testimonios del suceso. 10.000 franceses se dispersaron por toda la ciudad, derribando puertas y matando a todo aquel que se le ponía por delante. Mientras, los cordobeses corrían a esconder lo poco que podían y a intentar ocultar a sus mujeres e hijas.

Del saqueo no se salvó ni el obispo, que tuvo que saltar la tapia del Palacio Episcopal para refugiarse en la finca aledaña. A pesar de ello, "fue alcanzado y pisoteado", según un testimonio. No se respetó nada ni a nadie. Los soldados violaron a las monjas en el interior de sus propias celdas.

El salvajismo del saqueo fue tan enorme que conmovió a los propios oficiales del ejército francés. Dos días después de estos desmanes, el teniente coronel Clerc escribió de sus subordinados:
"Los cerdos se comían los senos de las mujeres que habían recibido muerte en las calles".

La rapiña se centró en las iglesias y monasterios, especialmente los femeninos. El primer templo en ser ultrajado fue el Santuario de la Fuensanta. Entre gritos y entre el horror de decenas de feligreses, la soldadesca napoleónica destrozó la imagen de la Virgen y se llevó hasta los copones del vino sagrado. El Santuario fue reconvertido en lupanar durante el saqueo. La Mezquita-Catedral fue despojada. Desaparecieron las dos coronas de oro de la Virgen de Villaviciosa. El Palacio Episcopal también fue saqueado. Los soldados se llevaron todos sus fondos, la plata de mesa, el báculo, los pectorales, los candelabros y todo el vestuario necesario para el obispo.

El 16 de junio, Dupont conoce que la armada francesa se había rendido a los españoles en Cádiz y que se estaba formando un ejército para coparle en Córdoba. Vista la situación, Dupont decide salir de Córdoba y dirigirse a Andújar, a 28 kilómetros de Bailén, donde llega el 18 de junio, con la intención de esperar refuerzos.

Una vez llegados sus refuerzos, Dupont se sintió tranquilo al saber que contaba a sus órdenes con 34.000 hombres divididos en cinco divisiones. Para facilitar la organización de este ejército tan numeroso el general entregó cada una a un oficial. Entre ellos destacaba el General de división Vedel, un militar que se había ganado sus galones y el favor de Napoleón combatiendo contra los austríacos varios años antes.

Por su parte, y ante el peligro que se cernía sobre la patria, España llamó a filas a los ciudadanos, que se sumaron las escasas tropas regulares existentes. De hecho, las Juntas de Sevilla y Granada llevaban tiempo formando con lo que podían dos ejércitos que debían frenar a los franceses. A su mando se puso al general Francisco Javier Castaños.

A principios de julio, Castaños se encuentra en Porcuna, para establecer el plan de ataque con sus generales. Contaba con 29.246 hombres; que dividió en 3 columnas: La primera, con 9.450 hombres, al mando del mariscal de campo de origen suizo Reding. La segunda, mandada por el mariscal de campo belga marqués de Coupigny [contaba] unos 8.000 hombres. La tercera columna, compuesta de dos divisiones al mando de los tenientes generales Félix Jones y Manuel La Peña, que disponía de 12.000 hombres de las milicias provinciales. Además, se contaba con una “columna volante” que mandaba el coronel Juan de la Cruz con unos 2.000 hombres, casi todos voluntarios.

Tras una serie de pequeñas escaramuzas iniciales entre ambos contingentes, el día 17 de julio de 1808 se realizaron una serie de movimientos que marcarían directamente el resultado de los combates. Todo comenzó el 16, jornada en que Dupont envió a la división de Vedel hacia el entonces insignificante pueblo de Bailén con órdenes de plantar cara a las tropas de Reding, a las que se suponía defendiendo el lugar.

Pero el general francés encontró el pueblo vacío. ¿Qué había podido suceder? Entonces, a Vedel le asaltó la terrible idea de que la unidad española se hubiera dirigido a Despeñaperros con la idea de cortar el paso de retirada a los franceses. Desde allí, sería muy difícil derrotar a los españoles. Entonces, los franceses cometieron su primer error al dirigirse Vedel con sus tropas hacia Despeñaperros, donde los españoles no estaban, saliendo así del campo de operaciones.

Mientras, el altivo Dupont continuó esperando despreocupado en Andújar creyendo inocentemente que su experimentado ejército podría hacer frente a cualquier hueste formada por los españoles. Al parecer, nunca tuvo demasiado respeto a un ejército que, según sus palabras, carecía de instrucción y disciplina.

Días después, y ante la falta de noticias, Dupont dio un giro radical a su plan de operaciones y partir hacia Bailén, en el cual creía que había solo un pequeño contingente de tropas españolas. Todo cambió cuando, en la noche del día 18, sus exploradores le informaron de que a las puertas del lugar le esperaban nada menos que 14.000 soldados enemigos: las divisiones de Reding y Coupigny movilizadas días antes por Castaños.

A los españoles, por su parte, también les cogió por sorpresa el encuentro, pues sabían que, aunque eran superiores en número a las tropas francesas, no contaban con la experiencia suficiente para vencer al poderoso ejército francés. No obstante, ambos bandos se prepararon para la batalla. Ahora sólo quedaba ganar tiempo hasta que llegaran los refuerzos: Vedel por parte de los franceses y Castaños por el bando español.

Tras el primer contacto con las unidades de exploración francesas (aproximadamente a las tres de la madrugada del día 19), los españoles dieron comienzo a una alocada carrera contra el tiempo para formar su línea defensiva. El ejército, ahora al mando de Reding, tuvo que organizar a dos divisiones que incluían a unos 12.600 infantes (armados principalmente con mosquetes) y 16 piezas de artillería. A su vez, la fuerza contaba con el apoyo de casi 1.200 jinetes, entre los que había varias unidades de los famosos garrochistas (pastores que, diestros en el uso de la lanza, se incorporaron a filas para combatir al invasor francés).

Para hacer frente a los galos, las tropas españolas formaron a las afueras de Bailén en forma de arco o herradura abierta con los extremos apoyados en los cerros Valentín, al norte, y Haza Walona, al este. En vanguardia se situó la infantería formando una consistente fuerza de choque a base de mosquete y bayoneta. Como apoyo, se intercalaron varias piezas de artillería con las que aplastar las formaciones francesas. En segunda línea, Reding ubicó varias unidades de infantería de reserva además de algunos regimientos de caballería con un doble objetivo: apoyar a los cañones y flanquear al enemigo.

Por su parte, el experimentado Dupont contaba a sus órdenes con unos 8.000 infantes (entre los que se encontraban los marinos de la guardia imperial), unos 2.000 jinetes (sumando a coraceros y dragones) y 23 cañones. Como siempre, la fuerza de los franceses la componía principalmente la caballería pesada, que solía ser usada como un martillo en contra de las formaciones enemigas.

Como era de esperar, Dupont ordenó formar con un sólido bloque de infantería en el centro, la temible caballería en los flancos y varios cañones como apoyo (estas de menor potencia que las españolas). Ahora todo quedaba en manos de la resistencia, la valentía y la tenacidad de los soldados.
La contienda comienza bajo un caos total, pues eran las tres de la mañana y aún era de noche. A las cinco de la mañana, y sin más dilación, varias unidades del ejército español se lanzaron (en el extremo del flanco izquierdo) a la conquista de una posición que les podía otorgar una ventaja táctica de gran importancia: el cerro Haza Walona. Con sus mosquetes cargados y una buena visibilidad tomaron este emplazamiento sin combates y se aprestaron a la defensa.

Sin embargo, su alegría dura poco, pues, con la primera luz de la mañana, Dupont ordenó a la brigada suizo-española (antiguamente al servicio de España y ahora encuadrada a la fuerza en el ejército francés) asaltar la colina. Por suerte, la tenacidad de los defensores se hizo patente y consiguieron resistir este primer embiste.

Sin más paciencia que agotar, Dupont organizó a su caballería para que, al galope y colina arriba, tomara el Walona. En este caso, ni el incesante fuego de mosquete español valió para detener a lo mejor del ejército imperial, que arrasó a dos batallones españoles a los que, incluso, arrebató sus estandartes, un hecho muy significativo para la época.

Pero, a pesar de que los jinetes franceses podrían haber abierto brecha en la línea española, se retiraron a sus posiciones azuzados por una curiosa treta de los defensores. «[Una unidad española] a las órdenes de un teniente mantuvo una frenética actividad para dar la impresión de contar con un mayor número de efectivos. Sin saberlo, esta actividad, junto con los agudos toques del trompeta de este destacamento ejecutando todos los toques reglamentarios, confundió a los jinetes galos», añade el autor de «La batalla de Bailén. El águila derrotada». Al replegarse la caballería francesa llegan a la loma de Haza Walona los regimientos suizos del ejército francés, del general Schramm. Entonces ocurre una historia sorprendente. La presencia del 2º regimiento de Preux ( suizo-francés) y el 6º de Reding ( suizo-francés) en la loma de haza Walona junto con el 3º regimiento Reding ( suizo) de las tropas españolas, se reconocen y deciden confraternizar

Mientras, en el centro del campo de batalla, los franceses formaron columnas para lanzar la que, según creían, sería la ofensiva definitiva sobre las tropas españolas. La Brigada Chabert desplegó en cuatro columnas de ataque e inició la contrastada maniobra gala del choque a la bayoneta en columnas cerradas.

En perfecto orden, los soldados franceses avanzaron hasta situarse frente a las tropas defensoras. Sin embargo, los galos no contaban ya con parte de su artillería (la cual había sido destruida por los cañones españoles desde la lejanía) lo que provocó que fueran tiroteados sin piedad.

Tras sufrir considerables bajas, la situación terminó de complicarse para los soldados de Napoleón cuando Reding ordenó a una parte de la caballería española cargar contra sus filas. La presión fue demasiada para los experimentados casacas azules, que, sin poder resistir ni un segundo más, se retiraron manteniendo la formación.

Sin embargo, la inexperiencia de algunas de las tropas hispanas salió cara a Reding cuando los garrochistas, ávidos de venganza, no mantuvieron la formación y se lanzaron solos contra varios olivares defendidos por soldados galos. Por desgracia, los mosquetes franceses no perdonaron este error e hicieron mella en las filas de los confiados lanceros.

Con el espeso polvo surcando el campo de batalla y el calor haciendo mella en los soldados, la situación se recrudeció en el flanco derecho cuando un escuadrón español, se adelantó demasiado y perdió el apoyo de sus compañeros. De pronto, se tuvieron que enfrentar a una carga de caballería. Por suerte, y a pesar del gran número de bajas que sufrió esta unidad, se consiguió mantener la línea gracias al apoyo de varios regimientos cercanos.

Al medio día del 19 julio en Bailen, la temperatura apretaba y los franceses se iba a derretir de calor. El hecho de las tropas españolas estuvieran con la vanguardia hacia el pueblo de Bailén, permitió que la población local ayudara en todo cuanto pudo a sus tropas. La ayuda más valiosa fue sin duda el suministro de agua para los soldados, y para la refrigeración de la artillería. Los cañones estaban al rojo vivo en un día "especialmente caluroso". En el escudo de la ciudad de Bailén figura en lugar preferente un cántaro agujereado, que representa a María Bellido. Según la tradición, esta mujer habría utilizado el cántaro precisamente para suministrar agua a los soldados españoles. Dice la leyenda que una bala perforó el cántaro de María mientras estaba dando de beber a los soldados españoles.

Abrasados por el calor, extenuados por el cansancio y temerosos ante la posibilidad de que Castaños atacase su retaguardia, los franceses organizaron entonces a sus últimas tropas para llevar a cabo un desesperado asalto contra Bailén. Para ello, además de a las mermadas unidades de infantería que le quedaban, Dupont llamó también a sus escasas reservas: los marinos de la guardia imperial.

No obstante, la misión era casi imposible y las últimas tropas galas fueron pasadas a mosquete por los ávidos españoles. La última gota de ánimo que aún mantenía vivos a los franceses se acabó cuando Dupont fue herido y casi derribado de su montura. Finalmente, la esperanza imperial se desvaneció cuando vieron aparecer a las tropas de La Peña por su retaguardia.

Sabedor de la derrota, Dupont ordenó la rendición y llegó a un acuerdo con los españoles para que sus tropas fueran repatriadas a Francia (cosa que nunca se llegó a realizar, pues una gran parte de los soldados imperiales acabaron muriendo de inanición en una isla cercana).

De nada valió la llegada en el último momento de las tropas de Vedel por la retaguardia española, pues Dupont ordenó a su subordinado detener el ataque ante el temor de las represalias sobre los soldados franceses capturados. Había aparecido demasiado tarde para poder ser determinante y las «inexpertas» tropas españolas se habían hecho con la victoria.

La capitulación fue, al parecer, demoledora para Napoleón, que nunca antes había visto a su ejército derrotado en campo abierto. Además, el hecho de que hubiera sido vencido por una fuerza formada por multitud de milicianos no ayudó a calmar su ira. Tal fue su enojo que acabó con la carrera de los pocos oficiales galos que volvieron a Francia.


Una vez acabada la batalla hubo que recontar las bajas. Por el lado francés sumaban –entre muertos, heridos y contusos- unos 2.200 soldados (el resto fueron hechos presos). En el bando español se confirmaron 192 muertos, 656 heridos, 8 contusos y 1.013 extraviados.


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