En
1302 zarpaban del puerto de Messina 39 galeras con 6500 almogávares, con
destino al imperio bizantino. Respondían a una llamada de auxilio del emperador
Andrónico II, que veía a los turcos a las puertas de Constantinopla y
necesitaba ayuda para alejarles. Era una llamada desesperada cuyas
consecuencias no tardarían en llegar.
Pero,
¿quiénes eran estos soldados tan temibles?. Los almogávares formaban parte de
las tropas de la Corona de Aragón. No suponían una parte importante, pero
tenían una efectividad letal. No se conoce su origen exacto pero existe ya una
referencia a ellos en los “Anales de Aragón” de Jerónimo Zurita que los sitúa
reforzando la fortaleza de El Castellar hacia 1105, durante el reinado de
Alfonso I de Aragón (1104-1134). Sin embargo, es durante el reinado de Jaime I
el Conquistador (1213-1276), cuando se empieza a utilizar este cuerpo de élite
en masa para las campañas de conquista.
Tampoco
son un ejército al uso. Duermen en bosques, pasan días sin comer, van al
combate sin armadura, casi a cuerpo descubierto … De ellos hace Bernat Desclot,
cronista catalán de la segunda mitad del siglo XIII, una buena descripción:
“Estas
gentes que llamamos almogávares … no viven sino de armas, y no están en
ciudades ni en villas, sino en montañas y en bosques, y guerrean todos los días
con sarracenos y entran dentro de la tierra de los sarracenos una jornada o
dos, robando … y traen muchos sarracenos presos … Y de estos viven, y sufren
grandes penurias que otros no podrían soportar; que bien pueden estar dos días
sin comer … o comerían de la hierba de los campos … y no llevan más que una
gonela o una camisa, sea verano o invierno, muy corta, y en las piernas unas
calzas muy estrechas de cuero y en los pies buenas sandalias de cuero; y llevan
buen cuchillo … y lleva cada uno una buena lanza, y dos dardos y un zurrón de
cuero a la espalda en el que llevan pan para dos o tres días. Y son fuertes y
ligeros para huir o para perseguir; y son catalanes, y aragoneses y serranos”
En
efecto, cada almogavar llevaba un par de lanzas cortas llamadas azconas, un
cuchillo largo llamado coltell y a veces un pequeño escudo redondo. Vestían
sólo con un camisón corto, un grueso cinturón de cuero y unas albarcas. Además,
llevaban una piedra de fuego que golpeaban contra sus armas creando un ruido
ensordecedor, lo que aterrorizaba a sus enemigos. Cuando el ruido era
ensordecedor, empezaban a gritar “¡Desperta ferro! Matem, matem”, “Aragón”. Al
ver este espectáculo, a sus enemigos, se les helaba la sangre, pues sabían cual
era su destino. Y era así, porque los almogávares no hacían prisioneros,
mataban por regla general a todos los varones mayores de 10 años, que era la
edad a la que ellos consideraban que se podía empuñar un arma.
Estas
unidades tuvieron una gran actividad en la reconquista, especializándose en
incursiones de 1 ó 2 días en territorio musulmán. Sin embargo, en 1245, el
avance aragonés llega hasta el río Segura, que situaba la frontera con la
corona de Castilla, cuyas tropas ya había llegado allí. Había que buscar una nueva
ocupación para unos hombres que no sabían hacer otra cosa que combatir.
La
oportunidad llegó en Sicilia en 1282. Allí, reinaba Carlos de Anjou con el
apoyo del papa, tras haber arrebatado el trono a Manfredo, hijo del emperador
Federico II en la batalla de Benevento. Carlos gobernó de forma despótica y
agresiva, despojando a gran parte de los nobles sicilianos de sus tierras y
aplicando una fuerte presión fiscal. Además se llevó la capital desde Palermo a
Nápoles y llenó el reino de funcionarios franceses. La oposición siciliana a
Carlos se agrupó entorno a la corte de Jaime I de Aragón y de su hijo, Pedro,
casado con Constanza de Hohenstaufen, hija de Manfredo y nieta de Federico II.
De esta forma, Pedro podía reclamar el trono de Sicilia alegando los derechos
de su mujer, cuando llegara el momento. Éste llegó el 30 de marzo de 1282,
cuando las campanas de Palermo llamaban al oficio de vísperas. Entonces estalló
una rebelión general en toda la isla contra los franceses que acabó con una
gran matanza y la expulsión de éstos de la isla. Entonces los sicilianos
llamaron a Pedro III solicitándole ayuda. Las tropas aragonesas desembarcaron
en Sicilia y se inició una guerra que culminó en 1302 con la firma del Tratado
de Caltabellotta, que cedía la isla de Sicilia a Federico II (1272-1337), hijo
de Pedro III (muerto) y hermano de Jaime II de Aragón (1267-1327). Asimismo, se
obligaba a que se devolvieran las tierras ocupadas en Italia continental por
los almogávares. Otro de los puntos del tratado era la obligatoria
desmantelación de las compañías de almogávares. Tanto era el miedo que causaban
estas compañías que su desaparición fue condición impuesta para la firma del
tratado
La
paz había llegado a la zona los almogávares se quedaban sin ocupación. Sin
embargo, ésta no tardó en llegar. En Oriente, llegaban aires de guerra. El
ocaso del antaño poderoso Imperio Bizantino se acentuaba, y los otomanos
estaban llamando a las puertas de Constantinopla con intención de dar el salto
a Europa. El Emperador, Andrónico II Paleólogo (1282-1328), en un intento
desesperado por salvar los restos del Imperio, llamó a los almogávares en su
auxilio. Estos formaron la Gran Compañía Catalana, al frente de la cual se
situó Roger de Flor y emprendieron el viaje a Constantinopla.
Las
cifras no están claras, pero podemos dar por válidas las de 39 galeras con 6500
almogávares. La Gran Compañía llegó a Constantinopla en enero de 1303 y fue
recibida por el Emperador con gran esperanza e inmediatamente Roger de Flor fue
casado con María Asanina, hija del zar de Bulgaria y de una hermana del
Emperador, por tanto sobrina de éste (esta era una condición de Roger de Flor
para aceptar la misión) y fue nombrado Megaduque del Imperio.
Los
conflictos se iniciaron al poco de la llegada de los almogávares. Sobre todo
los roces fueron con los genoveses, que hasta ese momento mantenían el
mediterráneo oriental y el mismo Imperio como su zona de influencia. El
conflicto se resolvió una noche en que se enfrentaron los almogávares con los
genoveses y en la que murieron 3.000 genoveses. Sin embargo, lo serio empezó
pronto.
La
derrota bizantina en la batalla de Bafea (27 de julio de 1302), había dejado
sin defensas la región de Nicomedia, a las puertas de Constantinopla. El
Emperador ordenó a las tropas catalanas que marcharan inmediatamente a la
defensa de las posesiones bizantinas de Anatolia. Los almogávares llegaron a
Anatolia en octubre de 1303 y a los pocos días se lanzaron al asalto de las
tropas otomanas en la Batalla del Rio Cízico. Aquello fue una carnicería. Los
almogávares mataron a todos los varones mayores de 10 años, 3.000 caballeros y
10.000 infantes. Eso solo era un aviso. Uno tras otro, fueron masacrando todos
los ejércitos otomanos que fueron lanzados contra ellos. En la toma de la
ciudad de Germe, los otomanos huyeron al ver acercarse a los catalanes, pero
éstos les siguieron y les masacraron. Ante el avance catalán, los otomanos
organizan un gran ejército para frenarles frente a Filadelfia. Sin embargo, en
lo que se llamó la batalla de Aulax, los almogávares destrozan al ejército
otomano, muy superior en número, escapando sólo 500 infantes y 1.000 caballeros.
Roger de Flor entra triunfante en Filadelfia. Loas siguientes semanas las pasó
recuperando varias fortalezas de la zona para asegurar la defensa de
Filadelfia.
El
siguiente objetivo de los almogávares fue la ocupación de las provincias
marítimas de Anatolia, ocupadas desde hacia años por los otomanos. Las tropas
catalanas establecen la ciudad de Magnesia (sede de la única provincia
bizantina que quedaba en Anatolia) como cuartel general, llevando allí su botín
de guerra. La estancia de éstos en Magnesia y sus desmanes, así como la actitud
de Roger de Flor, que empieza a comportarse como un gobernador, despiertan las
iras de buena parte de los griegos. El prefecto griego de la provincia de
Magnesia, Nostongo Ducas, viajó a Constantinopla a presentar quejas de los
catalanes ante el Emperador. Esto causó una gran consternación en la corte
bizantina, pero e momento los almogávares eran necesarios.
Mientras,
la guerra seguía en Anatolia. Los otomanos habían formado un nuevo ejército con
los restos de la batalla de Aulax y tropas de refresco y estaban atacando la
ciudad de Tira. Los almogávares marcharon a gran velocidad y entraron en la
ciudad por la noche sin ser vistos. A la mañana siguiente, los otomanos, que
solo esperaban la resistencia de unos pocos griegos, atacaron la ciudad. Sin
embargo, 2.000 almogávares se lanzaron de manera salvaje contra los turcos que
en escaso tiempo fueron masacrados. Los restos huyeron a las montañas, donde
fueron perseguidos por los almogávares. Únicamente, la muerte del capitán
almogávar Corberán de Alet, hizo que éstos desistieran y volvieran a Tira,
permitiendo huir a unos pocos turcos.
En
el transcurso de esta campaña, llegaron refuerzos a las órdenes de Bernat de
Rocafort, con 200 caballeros y 1.000 almogávares más. Ante los almogávares se
abría un problema. No existían tropas capaces de derrotarles en Anatolia, pero
no tenían tropas suficientes para defender todo el territorio. Necesitaban una
victoria definitiva que expulsase a los otomanos de Anatolia.
La
oportunidad llegó el 15 de agosto de 1304 junto a las Puertas Cilicias, en las
faldas del Tauro, frontera natural de Anatolia. Allí, los otomanos habían
formado un ejército de 20.000 infantes y 10.000 caballeros. Eran los restos del
repliegue otomano de Anatolia. Sin embargo, en la persecución de los otomanos,
los almogávares se habían internado en profundidad en territorio otomano. Si
vencían, no habría más batallas; pero si eran derrotados, estaban demasiado
lejos como para ser rescatados. Era vencer o morir. Para lograrlo, Roger de
Flor sólo contaba con 6.000 almogávares. Al amanecer, se inició la Batalla del
Monte Tauro, la caballería catalana se lanzó contra los turcos. Éstos lograron
repeler el ataque y empezaron a avanzar. Las siguientes horas, la superioridad
turca se fue imponiendo, los catalanes parecían a punto de ser derrotados en la
última batalla. De pronto lanzaron de nuevo su grito de guerra “Aragó, Aragó
¡¡¡¡¡¡¡¡¡”. Apretaron los dientes y se lanzaron en una última carga con todas
sus fuerzas. Los turcos empezaron a retroceder. Se fueron abriendo brechas en
la formación otomana. De pronto, éstos empezaron a huir en desbandada. Los
almogávares se lanzaron en su persecución y sólo terminaron al caer la noche.
Roger de Flor hizo un recuento. En el campo de batalla había 6.000 caballeros y
12.000 infantes turcos muertos. Los catalanes pasaron la noche despiertos con
las armas en la mano esperando la contraofensiva turca… pero esta no llegó.
Los
almogávares pidieron a gritos a sus capitanes seguir con la campaña más allá
del Taurus, hasta el corazón del Imperio Otomano. Pero era muy peligroso pues
no conocían el terreno y era alargar demasiado las líneas de abastecimiento.
Los capitanes decidieron regresar a Constantinopla. Lo que no sabían es que en
la capital, se empezaba a ver como un problema el poder alcanzado por los
almogávares en el Imperio.
A
su vuelta a Constantinopla, sus servicios fueron agradecidos por el Emperador.
Bizancio era de nuevo dueña de Anatolia, pero el poder de estos almogávares
preocupaba en algunos sectores de la corte. Allí, se estaba gestando una
conspiración para acabar con ella.
El
30 de abril de 1305, los almogávares fueron invitados una cena organizada por
el propio emperador. Miguel IX Paleólogo, hijo del Emperador y coemperador,
había dado órdenes a un contingente alano para asesinar durante la cena a los
principales líderes almogávares, entre ellos a su lider Roger de Flor. No sólo
eso, sino que por todo el país se desencadenó una persecución de los
almogávares. Éstos se refugiaron y se hicieron fuertes en Galípoli, donde
resistieron los ataques bizantinos. Los bizantinos que temen el envío de
refuerzos desde Sicilia o Aragón, reúnen el mayor número de tropas posible para
derrotar de una vez por todas. Los almogávares, cuyo espía les ha avisado de la
reunión de tropas, salen a su encuentro y en la Batalla de Apros en junio de
1305. No están claras las cifras de soldados, pero parece que unos 3.000
almogávares derrotaron completamente a unos 40.000 bizantinos. Tras esa
batalla, no quedaban ejércitos bizantinos capaces de enfrentarse a los
almogávares. Enterados los almogávares de que 9.000 mercenarios alanos (los
mismos que habían asesinado a sus líderes, entre ellos a Roger de Flor),
volvían a sus casas, fueron en su busca hacia las montañas y les alcanzaron,
matando a 8.700, y quedándose con sus mujeres. Tras eso se hicieron dueños de
Tracia y Macedonia y durante 2 años devastaron el territorio bizantino en lo
que se llamó la Venganza Catalana.
Pese
a las victorias y la devastación, los almogávares no tenían un objetivo claro y
en 1310, ofrecen sus servicios a Walter V de Brienne, Duque de Atenas (el
ducado de Atenas era uno de los restos de de las conquistas europeas en tierras
bizantinas en la IV Cruzada (1202-1204)) para defenderse de las incursiones en
su territorio. En menos de un año, los almogávares junto a las fuerzas
atenienses limpian el territorio de enemigos y pacifican la zona. Pero al verse
fuerte, el duque decide no pagar a los almogávares y exterminarles. Estos se
organizan y derrotan completamente al duque en la batalla de Halmyros, el 15 de
marzo de 1311, donde muere el propio duque. En las siguientes semanas, se
dedican a conquistar una tras otra todas las fortalezas del ducado para
consolidar su control sobre el mismo, más aún, anexionan Tebas y la Tesalia, lo
que convierten en el Ducado de Neopatria. Estas dos posesiones las ponen bajo
la soberanía de la Corona de Aragón.
Poco
a poco, los almogávares fueron haciéndose sedentarios y fueron perdiendo su
fiereza. No obstante pudieron mantener el control sobre sus condados hasta su
derrota a manos de la compañía Navarra en 1388-1390.
Hoy
en día, los hechos y los efectos de los almogávares y sobre todo de su aventura
en Bizancio no están de actualidad. Pero no hay que olvidar que hace 700 años,
un puñado de hombres de todos los rincones de la Corona de Aragón, derrotaron
no sólo a todas las tropas que el poderoso Imperio Otomano fue capaz de lanzar
contra ellos, sino a los ejércitos que el Imperio Bizantino organizó para
exterminarles. Sólo el tiempo fue capaz de acabar con el mejor cuerpo de ejército
de su época.
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