martes, 16 de mayo de 2017

La venganza catalana

En 1302 zarpaban del puerto de Messina 39 galeras con 6500 almogávares, con destino al imperio bizantino. Respondían a una llamada de auxilio del emperador Andrónico II, que veía a los turcos a las puertas de Constantinopla y necesitaba ayuda para alejarles. Era una llamada desesperada cuyas consecuencias no tardarían en llegar.
Pero, ¿quiénes eran estos soldados tan temibles?. Los almogávares formaban parte de las tropas de la Corona de Aragón. No suponían una parte importante, pero tenían una efectividad letal. No se conoce su origen exacto pero existe ya una referencia a ellos en los “Anales de Aragón” de Jerónimo Zurita que los sitúa reforzando la fortaleza de El Castellar hacia 1105, durante el reinado de Alfonso I de Aragón (1104-1134). Sin embargo, es durante el reinado de Jaime I el Conquistador (1213-1276), cuando se empieza a utilizar este cuerpo de élite en masa para las campañas de conquista.
Tampoco son un ejército al uso. Duermen en bosques, pasan días sin comer, van al combate sin armadura, casi a cuerpo descubierto … De ellos hace Bernat Desclot, cronista catalán de la segunda mitad del siglo XIII, una buena descripción:
“Estas gentes que llamamos almogávares … no viven sino de armas, y no están en ciudades ni en villas, sino en montañas y en bosques, y guerrean todos los días con sarracenos y entran dentro de la tierra de los sarracenos una jornada o dos, robando … y traen muchos sarracenos presos … Y de estos viven, y sufren grandes penurias que otros no podrían soportar; que bien pueden estar dos días sin comer … o comerían de la hierba de los campos … y no llevan más que una gonela o una camisa, sea verano o invierno, muy corta, y en las piernas unas calzas muy estrechas de cuero y en los pies buenas sandalias de cuero; y llevan buen cuchillo … y lleva cada uno una buena lanza, y dos dardos y un zurrón de cuero a la espalda en el que llevan pan para dos o tres días. Y son fuertes y ligeros para huir o para perseguir; y son catalanes, y aragoneses y serranos”
En efecto, cada almogavar llevaba un par de lanzas cortas llamadas azconas, un cuchillo largo llamado coltell y a veces un pequeño escudo redondo. Vestían sólo con un camisón corto, un grueso cinturón de cuero y unas albarcas. Además, llevaban una piedra de fuego que golpeaban contra sus armas creando un ruido ensordecedor, lo que aterrorizaba a sus enemigos. Cuando el ruido era ensordecedor, empezaban a gritar “¡Desperta ferro! Matem, matem”, “Aragón”. Al ver este espectáculo, a sus enemigos, se les helaba la sangre, pues sabían cual era su destino. Y era así, porque los almogávares no hacían prisioneros, mataban por regla general a todos los varones mayores de 10 años, que era la edad a la que ellos consideraban que se podía empuñar un arma.
Estas unidades tuvieron una gran actividad en la reconquista, especializándose en incursiones de 1 ó 2 días en territorio musulmán. Sin embargo, en 1245, el avance aragonés llega hasta el río Segura, que situaba la frontera con la corona de Castilla, cuyas tropas ya había llegado allí. Había que buscar una nueva ocupación para unos hombres que no sabían hacer otra cosa que combatir.
La oportunidad llegó en Sicilia en 1282. Allí, reinaba Carlos de Anjou con el apoyo del papa, tras haber arrebatado el trono a Manfredo, hijo del emperador Federico II en la batalla de Benevento. Carlos gobernó de forma despótica y agresiva, despojando a gran parte de los nobles sicilianos de sus tierras y aplicando una fuerte presión fiscal. Además se llevó la capital desde Palermo a Nápoles y llenó el reino de funcionarios franceses. La oposición siciliana a Carlos se agrupó entorno a la corte de Jaime I de Aragón y de su hijo, Pedro, casado con Constanza de Hohenstaufen, hija de Manfredo y nieta de Federico II. De esta forma, Pedro podía reclamar el trono de Sicilia alegando los derechos de su mujer, cuando llegara el momento. Éste llegó el 30 de marzo de 1282, cuando las campanas de Palermo llamaban al oficio de vísperas. Entonces estalló una rebelión general en toda la isla contra los franceses que acabó con una gran matanza y la expulsión de éstos de la isla. Entonces los sicilianos llamaron a Pedro III solicitándole ayuda. Las tropas aragonesas desembarcaron en Sicilia y se inició una guerra que culminó en 1302 con la firma del Tratado de Caltabellotta, que cedía la isla de Sicilia a Federico II (1272-1337), hijo de Pedro III (muerto) y hermano de Jaime II de Aragón (1267-1327). Asimismo, se obligaba a que se devolvieran las tierras ocupadas en Italia continental por los almogávares. Otro de los puntos del tratado era la obligatoria desmantelación de las compañías de almogávares. Tanto era el miedo que causaban estas compañías que su desaparición fue condición impuesta para la firma del tratado
La paz había llegado a la zona los almogávares se quedaban sin ocupación. Sin embargo, ésta no tardó en llegar. En Oriente, llegaban aires de guerra. El ocaso del antaño poderoso Imperio Bizantino se acentuaba, y los otomanos estaban llamando a las puertas de Constantinopla con intención de dar el salto a Europa. El Emperador, Andrónico II Paleólogo (1282-1328), en un intento desesperado por salvar los restos del Imperio, llamó a los almogávares en su auxilio. Estos formaron la Gran Compañía Catalana, al frente de la cual se situó Roger de Flor y emprendieron el viaje a Constantinopla.
Las cifras no están claras, pero podemos dar por válidas las de 39 galeras con 6500 almogávares. La Gran Compañía llegó a Constantinopla en enero de 1303 y fue recibida por el Emperador con gran esperanza e inmediatamente Roger de Flor fue casado con María Asanina, hija del zar de Bulgaria y de una hermana del Emperador, por tanto sobrina de éste (esta era una condición de Roger de Flor para aceptar la misión) y fue nombrado Megaduque del Imperio.
Los conflictos se iniciaron al poco de la llegada de los almogávares. Sobre todo los roces fueron con los genoveses, que hasta ese momento mantenían el mediterráneo oriental y el mismo Imperio como su zona de influencia. El conflicto se resolvió una noche en que se enfrentaron los almogávares con los genoveses y en la que murieron 3.000 genoveses. Sin embargo, lo serio empezó pronto.
La derrota bizantina en la batalla de Bafea (27 de julio de 1302), había dejado sin defensas la región de Nicomedia, a las puertas de Constantinopla. El Emperador ordenó a las tropas catalanas que marcharan inmediatamente a la defensa de las posesiones bizantinas de Anatolia. Los almogávares llegaron a Anatolia en octubre de 1303 y a los pocos días se lanzaron al asalto de las tropas otomanas en la Batalla del Rio Cízico. Aquello fue una carnicería. Los almogávares mataron a todos los varones mayores de 10 años, 3.000 caballeros y 10.000 infantes. Eso solo era un aviso. Uno tras otro, fueron masacrando todos los ejércitos otomanos que fueron lanzados contra ellos. En la toma de la ciudad de Germe, los otomanos huyeron al ver acercarse a los catalanes, pero éstos les siguieron y les masacraron. Ante el avance catalán, los otomanos organizan un gran ejército para frenarles frente a Filadelfia. Sin embargo, en lo que se llamó la batalla de Aulax, los almogávares destrozan al ejército otomano, muy superior en número, escapando sólo 500 infantes y 1.000 caballeros. Roger de Flor entra triunfante en Filadelfia. Loas siguientes semanas las pasó recuperando varias fortalezas de la zona para asegurar la defensa de Filadelfia.
El siguiente objetivo de los almogávares fue la ocupación de las provincias marítimas de Anatolia, ocupadas desde hacia años por los otomanos. Las tropas catalanas establecen la ciudad de Magnesia (sede de la única provincia bizantina que quedaba en Anatolia) como cuartel general, llevando allí su botín de guerra. La estancia de éstos en Magnesia y sus desmanes, así como la actitud de Roger de Flor, que empieza a comportarse como un gobernador, despiertan las iras de buena parte de los griegos. El prefecto griego de la provincia de Magnesia, Nostongo Ducas, viajó a Constantinopla a presentar quejas de los catalanes ante el Emperador. Esto causó una gran consternación en la corte bizantina, pero e momento los almogávares eran necesarios.
Mientras, la guerra seguía en Anatolia. Los otomanos habían formado un nuevo ejército con los restos de la batalla de Aulax y tropas de refresco y estaban atacando la ciudad de Tira. Los almogávares marcharon a gran velocidad y entraron en la ciudad por la noche sin ser vistos. A la mañana siguiente, los otomanos, que solo esperaban la resistencia de unos pocos griegos, atacaron la ciudad. Sin embargo, 2.000 almogávares se lanzaron de manera salvaje contra los turcos que en escaso tiempo fueron masacrados. Los restos huyeron a las montañas, donde fueron perseguidos por los almogávares. Únicamente, la muerte del capitán almogávar Corberán de Alet, hizo que éstos desistieran y volvieran a Tira, permitiendo huir a unos pocos turcos.
En el transcurso de esta campaña, llegaron refuerzos a las órdenes de Bernat de Rocafort, con 200 caballeros y 1.000 almogávares más. Ante los almogávares se abría un problema. No existían tropas capaces de derrotarles en Anatolia, pero no tenían tropas suficientes para defender todo el territorio. Necesitaban una victoria definitiva que expulsase a los otomanos de Anatolia.
La oportunidad llegó el 15 de agosto de 1304 junto a las Puertas Cilicias, en las faldas del Tauro, frontera natural de Anatolia. Allí, los otomanos habían formado un ejército de 20.000 infantes y 10.000 caballeros. Eran los restos del repliegue otomano de Anatolia. Sin embargo, en la persecución de los otomanos, los almogávares se habían internado en profundidad en territorio otomano. Si vencían, no habría más batallas; pero si eran derrotados, estaban demasiado lejos como para ser rescatados. Era vencer o morir. Para lograrlo, Roger de Flor sólo contaba con 6.000 almogávares. Al amanecer, se inició la Batalla del Monte Tauro, la caballería catalana se lanzó contra los turcos. Éstos lograron repeler el ataque y empezaron a avanzar. Las siguientes horas, la superioridad turca se fue imponiendo, los catalanes parecían a punto de ser derrotados en la última batalla. De pronto lanzaron de nuevo su grito de guerra “Aragó, Aragó ¡¡¡¡¡¡¡¡¡”. Apretaron los dientes y se lanzaron en una última carga con todas sus fuerzas. Los turcos empezaron a retroceder. Se fueron abriendo brechas en la formación otomana. De pronto, éstos empezaron a huir en desbandada. Los almogávares se lanzaron en su persecución y sólo terminaron al caer la noche. Roger de Flor hizo un recuento. En el campo de batalla había 6.000 caballeros y 12.000 infantes turcos muertos. Los catalanes pasaron la noche despiertos con las armas en la mano esperando la contraofensiva turca… pero esta no llegó.
Los almogávares pidieron a gritos a sus capitanes seguir con la campaña más allá del Taurus, hasta el corazón del Imperio Otomano. Pero era muy peligroso pues no conocían el terreno y era alargar demasiado las líneas de abastecimiento. Los capitanes decidieron regresar a Constantinopla. Lo que no sabían es que en la capital, se empezaba a ver como un problema el poder alcanzado por los almogávares en el Imperio.
A su vuelta a Constantinopla, sus servicios fueron agradecidos por el Emperador. Bizancio era de nuevo dueña de Anatolia, pero el poder de estos almogávares preocupaba en algunos sectores de la corte. Allí, se estaba gestando una conspiración para acabar con ella.
El 30 de abril de 1305, los almogávares fueron invitados una cena organizada por el propio emperador. Miguel IX Paleólogo, hijo del Emperador y coemperador, había dado órdenes a un contingente alano para asesinar durante la cena a los principales líderes almogávares, entre ellos a su lider Roger de Flor. No sólo eso, sino que por todo el país se desencadenó una persecución de los almogávares. Éstos se refugiaron y se hicieron fuertes en Galípoli, donde resistieron los ataques bizantinos. Los bizantinos que temen el envío de refuerzos desde Sicilia o Aragón, reúnen el mayor número de tropas posible para derrotar de una vez por todas. Los almogávares, cuyo espía les ha avisado de la reunión de tropas, salen a su encuentro y en la Batalla de Apros en junio de 1305. No están claras las cifras de soldados, pero parece que unos 3.000 almogávares derrotaron completamente a unos 40.000 bizantinos. Tras esa batalla, no quedaban ejércitos bizantinos capaces de enfrentarse a los almogávares. Enterados los almogávares de que 9.000 mercenarios alanos (los mismos que habían asesinado a sus líderes, entre ellos a Roger de Flor), volvían a sus casas, fueron en su busca hacia las montañas y les alcanzaron, matando a 8.700, y quedándose con sus mujeres. Tras eso se hicieron dueños de Tracia y Macedonia y durante 2 años devastaron el territorio bizantino en lo que se llamó la Venganza Catalana.
Pese a las victorias y la devastación, los almogávares no tenían un objetivo claro y en 1310, ofrecen sus servicios a Walter V de Brienne, Duque de Atenas (el ducado de Atenas era uno de los restos de de las conquistas europeas en tierras bizantinas en la IV Cruzada (1202-1204)) para defenderse de las incursiones en su territorio. En menos de un año, los almogávares junto a las fuerzas atenienses limpian el territorio de enemigos y pacifican la zona. Pero al verse fuerte, el duque decide no pagar a los almogávares y exterminarles. Estos se organizan y derrotan completamente al duque en la batalla de Halmyros, el 15 de marzo de 1311, donde muere el propio duque. En las siguientes semanas, se dedican a conquistar una tras otra todas las fortalezas del ducado para consolidar su control sobre el mismo, más aún, anexionan Tebas y la Tesalia, lo que convierten en el Ducado de Neopatria. Estas dos posesiones las ponen bajo la soberanía de la Corona de Aragón.
Poco a poco, los almogávares fueron haciéndose sedentarios y fueron perdiendo su fiereza. No obstante pudieron mantener el control sobre sus condados hasta su derrota a manos de la compañía Navarra en 1388-1390.
Hoy en día, los hechos y los efectos de los almogávares y sobre todo de su aventura en Bizancio no están de actualidad. Pero no hay que olvidar que hace 700 años, un puñado de hombres de todos los rincones de la Corona de Aragón, derrotaron no sólo a todas las tropas que el poderoso Imperio Otomano fue capaz de lanzar contra ellos, sino a los ejércitos que el Imperio Bizantino organizó para exterminarles. Sólo el tiempo fue capaz de acabar con el mejor cuerpo de ejército de su época.



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