Domingo
Badía i Leblich, nació en Barcelona en 1767 y fue bautizado en su catedral.
Aunque en 1778 se trasladó a Cuevas de Almanzora en Almería, a causa del
nombramiento de su padre como contador de guerra y tesorero del partido
judicial de también. Se sabe que ya desde niño manifestó una gran inteligencia
y una vasta cultura, que le hizo aprender astronomía, física, historia natural,
matemáticas y filosofía. Pero lo que de verdad tuvo más influencia en su vida,
facilitado por el ambiente morisco de la zona, fue la pasión que sintió por la
cultura islámica, que le llevó a aprender árabe y a estudiar la historia, los
usos y costumbres de los musulmanes. Precoz y adelantado a su tiempo, a los 14
años figura ya trabajando como funcionario en Granada, siendo algo más tarde
Contador de Guerra con honores de comisario y administrador de tabacos de
Córdoba.
En
1791 contrae matrimonio con María Berruezo, a la que llamaba mariquita, y por
la que sintió un gran amor durante toda su vida. Su espíritu inquieto intenta
poner en la práctica el primero de sus proyectos, embarcando a su suegro en un
negocio de globos aerostáticos que, finalmente, fracasará, siendo denunciado
por su propio suegro ante las autoridades ante el miedo a que su yerno se
terminase matando tras los sucesivos fracasos en sus intentos de volar.
En
1799 se traslada a Madrid, donde se gana el favor de la corte gracias a su
erudición, y entabla una estrecha relación con Godoy, el todopoderoso valido de
Carlos IV. Dos años más tarde presenta a éste el proyecto de una expedición
científica y geográfica que debería recorrer la entonces misteriosa África,
cuyos resultados redundarían en beneficio de la Corona española. Se trataba de
un viaje de nada menos que 3.250 leguas, cerca de 18.000 kilómetros, en el que
se explorarían el Atlas, el Sahara, el Golfo de Guinea y el Nilo, lugares
apenas conocidos por los europeos. Pensaba Badía, que conociendo el árabe y las
costumbres locales y adoptando los ropajes nativos podría triunfar allí donde
otros antes que él habían fracasado. Estos habían sido objeto del rechazo por
parte de las poblaciones que intentaban visitar o bien víctimas de los
asaltantes, que reconocían a los europeos en cuanto los veían. Debía vestirse
de musulmán, más aun, convertirse en uno de ellos, para así mejor conocer la
cultura ajena.
Godoy
aceptó la propuesta de Badía pero le dio otro objetivo al viaje: Muley
Suleiman, el sultán de Marruecos, se había convertido en un vecino incómodo.
Durante la gran sequía que afectó a España unos pocos años antes, se negó a
vender trigo a España, lo que ocasionó grandes problemas al gobierno español
para solventar el problema. Godoy pensaba infiltrar a Badía en la corte del
sultán para convencerle de que aceptase la protección de España y se
convirtiese en un vecino mucho más receptivo. De no lograrlo, Badía debía
lograr el levantamiento de los rivales del sultán, que sería seguido de una
invasión del país por las tropas españolas.
Mientras
se ultimaban los preparativos para la expedición, Badía viajó a París y a
Londres con la intención de adquirir instrumentos científicos. Posiblemente en
estas ciudades se iniciara en la masonería, conociendo a eminentes
personalidades de la época. Algunas fuentes hablan también de que en la capital
británica se hizo circuncidar. El viaje comenzó el 25 de mayo de 1803. Nada más
llegar a Marruecos, Domingo Badía cambió su nombre por el de Alí Bey el Abbasy,
inventándose un ilustre origen musulmán como un príncipe sirio educado en Europa
desde niño, lo que hacía que hubiera olvidado casi completamente su lengua
natal árabe. Esta artimaña le será de gran utilidad a lo largo de toda su
travesía, pues le abrirá las puertas de un mundo inaccesible para los
occidentales.
Alí
Bey no tarda en ganarse los favores de cuantos le conocen. Su erudición
impresiona a sus interlocutores. En cierta ocasión, tras predecir un eclipse
gracias a sus conocimientos astronómicos, la multitud se agolpa ante su casa
para pedirle protección. Incluso hay quienes le consideran un santo, debiendo
repartir trozos de su vestimenta como si se tratara de reliquias. Estando
alojado en Marruecos, es llamado a conocer al sultán, Muley Suleiman. En la
entrevista, el sultán queda encantado con el español por sus grandes
conocimientos. Llega a tener por el un cierto cariño paternal, colmándole de
favores y reuniéndose a menudo con él. Le llega a regalar dos esclavas, una
blanca y otra negra, para que tenga su pequeño harén. Alí Bey no rechazó el
presente, aunque se gana aun más la admiración del Sultán manifestando que,
hasta que no visitase la ciudad santa de La Meca, no yacería con mujer alguna.
Realmente, le parecía una traición hacia su mujer que estaba en España.
Durante
el tiempo que estuvo en Marruecos, no dejó de cumplir su misión, intentando de
convencer al sultán para aceptar la protección de España. El sultán no parecía
hacer mucho caso al joven, que le trataba casi como a un niño. Badía,
convencido de que no lograría convencer al sultán, pasa al plan B e inicia las
conversaciones con la oposición al sultán para lograr su sublevación. Al mismo
tiempo, sigue en contacto con Godoy y le pide que prepare un ejército para
invadir Marruecos en el momento en que se levanten las tribus.
Sin
embargo, en el último momento, surge un obstáculo inesperado. El mismo rey
Carlos IV decide abortar el plan, y Badía se queda solo. Al mismo tiempo, Muley
Suleimán cada vez sospecha más del español. Aprovechando un viaje del español,
ordena que le saquen del país. Así, abandona Marruecos y sigue su viaje por
Oriente. Badía recorre todo el Magreb así como varias islas del Mediterráneo,
como Chipre. Finalmente llega a La Meca, la cuna del Islam, y es el primer
occidental en pisar la Kahba, el punto más sagrado para los musulmanes. Allí
realiza una serie de planos y grabados de suma precisión, que durante muchos
años fueron los únicos que se tuvieron de ese sitio. Continúa después su viaje
por Damasco, El Cairo, Constantinopla y Tierra Santa, lugares de los que nos
deja multitud de impresiones en su relato titulado "Los viajes de Alí
Bey", escrito en árabe y traducido después a múltiples idiomas.
Durante
estos viajes se planteó la consecución de algunos objetivos. Uno de ellos fue
la localización de los restos de la Atlántida, mítica civilización perdida uno
de cuyos extremos, pensaba, debería haber ocupado parte del África
Septentrional, junto a un mar interior al sur del desierto del Sahara. Otro de
sus proyectos iba encaminado a reformar la Orden del Santo Sepulcro de
Jerusalén, congregación cristiana que subsistía agobiada por la presión y la
animadversión de los turcos. Para esta empresa recaba el apoyo de personajes
como Chateaubriand y viaja a Jerusalén y Constantinopla. Ya en Viena, comienza
a redactar una memoria sobre la situación de los cristianos en Tierra Santa, lo
que le llevará a ser nombrado Caballero de la Orden del Santo Sepulcro. El
manuscrito consta de 31 artículos, de ellos 22, número cabalístico, dedicados a
la Orden.
En
1818 vuelve a España, pero ésta ha sido invadida por los franceses. Badía acude
a Bayona, donde están retenidos los reyes de España, para entregarle a Carlos
IV los resultados de sus viajes, pero éste le dice que debe entregarlos a José
I, que es el rey ahora. Así lo hace y parte a España, donde se pone al servicio
de José I, el hermano de Napoleón. Se hace un afrancesado convencido y es
nombrado Intendente General de la Provincia de Segovia, y después alcalde de
Córdoba. La derrota francesa le llevará a exiliarse en París, donde escribirá
sus memorias y solicitará sin éxito el perdón de Fernando VII.
En
la Ciudad de la Luz fue nombrado Mariscal de Campo por Luis XVIII, partiendo de
nuevo a Oriente en misión secreta. De su segundo viaje se conoce muy poco.
Salió de París con el nombre de Alí-Othman. Su última misiva llega desde
Constantinopla, el 20 de marzo de 1818. Sobre su muerte quedan más conjeturas
que certidumbres, asegurando la mayoría que fue descubierto por los servicios
secretos ingleses, que lo envenenaron en Damasco en 1819, 1822 ó 1824. Esto
sería muy posible pues la Corona británica temía la creciente influencia
francesa sobre el Próximo Oriente. Otros dicen, sin embargo, que falleció de
disentería. Con la muerte del personaje no acaba su leyenda, pues parece ser
que entre sus pertenencias se encontraron multitud de papeles con pictogramas
que durante mucho tiempo se pensó que describían la ubicación de tesoros
ocultos.
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